Un cuento medieval
Érase una vez una posada... dicha venta sita en el arrabal de Saragossa era solaz lugar de encuentro y tertulia de una cuadrilla de lozanos devotos del dios Baco que, sin parangón ni ánimo de arrepentiento alguno dedicábanse a refocilarse en el vino y a cantar sus fazañas a las gentes que allá acudían.
- ¡Oh, dioses paganos que moráis en las cimas del helénico Olimpo!- recitaba agitando su jarra de hidromiel el Abuelito, de profesión vendedor de bulas papales, ante las atentas miradas de la concurrencia.- Os lo aseguro, parroquianos y hermanos míos que jamás contemplar he vuelto un trasero como aquel. Una delicia juvenil de cuello de cisne, cabello como hilos de oro y dientes como perlas. Y sus ojos, hermanos míos; no ha existido una mirada tan bella desde que la madre de Nuestro Señor expirará para colocarse a la diestra del Padre celestial. ¡Y ese culo... joder, qué culo!
- Contadnos, noble señor,- dijo un arapiento labrador,- ¿qué le dijo el escudero Mafalda a esa bella moza?
- Que os lo cuente él mismo, dado que en estos momentos entra, mientras yo me alivio del peso de mi vejiga.- se diculpó el viejo Abuelito, y dirigiéndose hacia la encapuchada figura que se acomodaba ante la barra exclamó: - Mi buen Mafalda, les estaba contando a estas nobles gentes cuando celebrando el día de nuestro patrón encontrámonos con aquella apuesta joven que nos dejó subyugados. Recordarás que hallábase ella en presencia de un joven de aspecto varonil, su prometido, y también podrás recordar si el vino no te ha fundido el seso cómo la joven se nos insinuaba provocativa cual serpiente del averno tentando a Eva en el Edén.
- Acuérdome, Abuelito, vive Dios.- respondió el joven escudero.- Tal comportamiento de ramera barata viniendo de una joven de ese calibre y delante de su prometido sacome de mis casillas, así que cuando la descarriada mujer decidiose a dejar de restregarse lujuriosamente contra nuestras pantorrillas me despedí de ella diciendo: "Sólo quiero deciros, mi buena doncella... ¡que os den!... un beso... ¡en el culo, zorra!"
- Y esa es el ejemplo, queridos paisanos, de cómo apañárselas para que el sexo femenino te odie y por lo tanto, la razón de que seamos los únicos vecinos de aquesta villa que no hemos fenecido de sífilis a la edad de 18.- sentenció el Abuelito ante las aprobadoras palmadas del vulgo.- Así pues llevamos una vida moralmente casta que sin duda nos encumbrará a la diestra del Padre cuando él nos reclame a su lado. ¡Pero mirad, allá en lontananza!- gritó de repente señalando al exterior.- Vislumbro que vamos a recibir la visita del Calvo, nuestro buen herrero, y de Mojamed, nuestro morisco infiel local.
- ¿Alguna buena nueva, Moromierda?- inquirió Mafalda al sarraceno-.
- ¡Por los testículos del profeta, amigo Mafalda! Hallámonos este inmundo calvo y yo en un aprieto.- contestó el mahometano.
- La Santa Inquisición te ha sorprendido sin los papeles en regla y van a devolverte a Al Andalus, ¿verdad?- preguntó el Abuelito.
- Pues no, hideputa, Alá te madiga. El Calvo y yo paseábamos tranquilamente por la calle cuchillería cuando sin darme cuenta tropecé con el hombro de un pastor indígena, ya sabes, de esos que Colón trajo para que nuestro rey Fernando quedara satisfecho con el negocio de los viajes a las Indias.
- El caso,- continuó el Calvo,- es que el pastor indígena había caído al suelo como si le hubiera arrollado una carreta de bueyes. Agachámonos pues para ayudarle a ponerse en pie y descubrimos horrorizados que el pobre hombre se hallaba empapado en sangre que manaba de su cabeza. Desconocemos cómo pudo hacerse tal herida si apenas chocó con el hombro del moro y cayó dando con sus posaderos en el suelo.
- Sangraba como un cerdo en San Martín y no paraba de decir "¿qué me habéis hecho? ¡cabrones, el diablo se os lleve!". La situación era tan rocambolesca que el Calvo y yo quedámonos turulatos sin saber qué hacer; así que yo le lancé al suelo dos maravedíes y nos dimos a la fuga como si todas las huestes del infierno nos aguijonearan las nalgas con sus tridentes flamígeros.
- Hasta que llegamos aquí buscando refugio.- remató el Calvo-
- Los caminos del Señor son raros e insólitos. ¡Nuestro Señor Jesucristo hizo que eso sucediera para que vinieras aquí y tomarais su sangre sin consagrar! Posadero, dos jarras de buen vino para estos dos iluminados.- prorrumpió alegremente el Abuelito.
- ¡Alabado sea Dios!- gritaron alegres las gentes.
FIN
- ¡Oh, dioses paganos que moráis en las cimas del helénico Olimpo!- recitaba agitando su jarra de hidromiel el Abuelito, de profesión vendedor de bulas papales, ante las atentas miradas de la concurrencia.- Os lo aseguro, parroquianos y hermanos míos que jamás contemplar he vuelto un trasero como aquel. Una delicia juvenil de cuello de cisne, cabello como hilos de oro y dientes como perlas. Y sus ojos, hermanos míos; no ha existido una mirada tan bella desde que la madre de Nuestro Señor expirará para colocarse a la diestra del Padre celestial. ¡Y ese culo... joder, qué culo!
- Contadnos, noble señor,- dijo un arapiento labrador,- ¿qué le dijo el escudero Mafalda a esa bella moza?
- Que os lo cuente él mismo, dado que en estos momentos entra, mientras yo me alivio del peso de mi vejiga.- se diculpó el viejo Abuelito, y dirigiéndose hacia la encapuchada figura que se acomodaba ante la barra exclamó: - Mi buen Mafalda, les estaba contando a estas nobles gentes cuando celebrando el día de nuestro patrón encontrámonos con aquella apuesta joven que nos dejó subyugados. Recordarás que hallábase ella en presencia de un joven de aspecto varonil, su prometido, y también podrás recordar si el vino no te ha fundido el seso cómo la joven se nos insinuaba provocativa cual serpiente del averno tentando a Eva en el Edén.
- Acuérdome, Abuelito, vive Dios.- respondió el joven escudero.- Tal comportamiento de ramera barata viniendo de una joven de ese calibre y delante de su prometido sacome de mis casillas, así que cuando la descarriada mujer decidiose a dejar de restregarse lujuriosamente contra nuestras pantorrillas me despedí de ella diciendo: "Sólo quiero deciros, mi buena doncella... ¡que os den!... un beso... ¡en el culo, zorra!"
- Y esa es el ejemplo, queridos paisanos, de cómo apañárselas para que el sexo femenino te odie y por lo tanto, la razón de que seamos los únicos vecinos de aquesta villa que no hemos fenecido de sífilis a la edad de 18.- sentenció el Abuelito ante las aprobadoras palmadas del vulgo.- Así pues llevamos una vida moralmente casta que sin duda nos encumbrará a la diestra del Padre cuando él nos reclame a su lado. ¡Pero mirad, allá en lontananza!- gritó de repente señalando al exterior.- Vislumbro que vamos a recibir la visita del Calvo, nuestro buen herrero, y de Mojamed, nuestro morisco infiel local.
- ¿Alguna buena nueva, Moromierda?- inquirió Mafalda al sarraceno-.
- ¡Por los testículos del profeta, amigo Mafalda! Hallámonos este inmundo calvo y yo en un aprieto.- contestó el mahometano.
- La Santa Inquisición te ha sorprendido sin los papeles en regla y van a devolverte a Al Andalus, ¿verdad?- preguntó el Abuelito.
- Pues no, hideputa, Alá te madiga. El Calvo y yo paseábamos tranquilamente por la calle cuchillería cuando sin darme cuenta tropecé con el hombro de un pastor indígena, ya sabes, de esos que Colón trajo para que nuestro rey Fernando quedara satisfecho con el negocio de los viajes a las Indias.
- El caso,- continuó el Calvo,- es que el pastor indígena había caído al suelo como si le hubiera arrollado una carreta de bueyes. Agachámonos pues para ayudarle a ponerse en pie y descubrimos horrorizados que el pobre hombre se hallaba empapado en sangre que manaba de su cabeza. Desconocemos cómo pudo hacerse tal herida si apenas chocó con el hombro del moro y cayó dando con sus posaderos en el suelo.
- Sangraba como un cerdo en San Martín y no paraba de decir "¿qué me habéis hecho? ¡cabrones, el diablo se os lleve!". La situación era tan rocambolesca que el Calvo y yo quedámonos turulatos sin saber qué hacer; así que yo le lancé al suelo dos maravedíes y nos dimos a la fuga como si todas las huestes del infierno nos aguijonearan las nalgas con sus tridentes flamígeros.
- Hasta que llegamos aquí buscando refugio.- remató el Calvo-
- Los caminos del Señor son raros e insólitos. ¡Nuestro Señor Jesucristo hizo que eso sucediera para que vinieras aquí y tomarais su sangre sin consagrar! Posadero, dos jarras de buen vino para estos dos iluminados.- prorrumpió alegremente el Abuelito.
- ¡Alabado sea Dios!- gritaron alegres las gentes.
FIN
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