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Redemption

Vaho

Vaho Vapor

"En mis pesadillas sucedió algo parecido a esto..."

-1° Mensaje-
Marzo, un miércoles. Último cuatrimestre del último año de carrera. Cuatro años eternos en una universidad atiborrada de pringados con camisetas del Che que creen poder cambiar el mundo a base de calimocho y de pasar resacosos curso tras curso alimentados por la burguesa cartera parental. Todos ellos ya tenían un puesto fijo por enchufe aunque acabaran la carrera a los treinta; una posibilidad muy real por otra parte. A otros, por el contrario, nos esperaba una larga caminata de oposiciones. Con esas perspectivas no era de extrañar que esa húmeda y lluviosa mañana de marzo lo primero que murmurara mientras me rascaba la frente fuese: "qué asco de puta vida".
De niño, en casa siempre me despertaba el primero para evitar atascos en el aseo y tomarme mi tiempo. Cada uno de los estudiantes tiene una pequeña celda individual y un cuarto de baño para cada cuatro.Ahora prefiero ducharme de noche, por eso de la pereza que da levantarse pronto, pero así habíamos dispuesto los turnos y aunque los dos compañeros que ocupaban la noche habían sido expulsados por un ligero problema de consumo de marihuana, ya me había acostumbrado a la mañana. Quitándome las legañas abrí el armario, cogí el neceser y me puse la toalla al hombro. Salí al pasillo no sin antes cagarme en todo del golpe que me acababa de dar en un tobillo con la pata de la mesita de noche, casi provocando la caída libre al suelo del cenicero con su bamboleante montaña de cáscaras de pipas (cosas de tener un cuarto diminuto) y me quedé un instante parado en la puerta, justo ante la habitación de Frasquito, para oír cómo una vez más se había quedado dormido con la televisión encendida. Repite segundo de biología y tiene ese apodo porque cuando se montan partidas de cartas suele beber pacharán que se sirve en un viejo frasco de melocotones en almíbar; es un tipo de lo más extraño.

Con Frasquito enfrascado en su almibarado mundo onírico no se auguraban discusiones del tipo "abre, coño, que me estoy cagando"; así pues, tranquilidad, mucha tranquilidad. Justo la necesaria para tomar una larga ducha de agua bien caliente; una de esas que hace sudar las paredes y que al abrir la mampara provoca que exhales vaho por todo el cuerpo como si estuvieras rodeado por un aura de energía blanquecina. Mientras dejaba que el agua golpeara mis pupilas hacía recuento de mi vida en los últimos meses y salvo los estudios, que iban viento en popa, nada marchaba como desearía. En cuatro años de Universidad no había conseguido hablarme más que con un par de personas de clase, mi padre había muerto y la que fuera mi novia de toda la vida se abría de piernas con cada fulano que le guiñaba un ojo. No había sido un buen comienzo de año, desde luego. Y peor iba a resultar el día si me obcecaba recordando los malos momentos. Aunque estar en la ducha fuese muy placentero me convenía apresurarme e ir a la ciudad universitaria para así poder diluir mis pensamientos en la marabunta estudiantil.
Salí de la ducha y comencé a secarme sin mucho ímpetu. Revolví el neceser en busca de la maquinilla y la espuma de afeitar y me coloqué ante el espejo dispuesto a pasar la mano por él para eliminar la condensación de agua, no era cuestión de rebanarme el cuello afeitándome, no al menos estando sobrio. Frené de golpe dejando mi mano en alto, como saludando a mi borroso reflejo, y contemplé extrañado lo que había escrito sobre la empañada superficie. No era el típico tres en raya que uno hace en las ventanas del autobús las frías mañanas de invierno, ni un "Pepe x Laura"; no. Se leía en perfectas mayúsculas: NO VACÍES EL CENICERO. Con su tilde en la "i" y todo.
"Curioso SMS", pensé; "¿y porqué cojones no tengo que vaciar el cenicero si ni siquiera fumo? Además, aunque fumase no habría nadie al que pudiera molestar el olor a tabaco". Esbocé una media sonrisa, no dejaba de ser una forma original de dejar un mensaje sin gastar dinero: empañar el espejo, escribir con un dedo sobre él, dejar que se desempañase sólo y esperar a que alguien volviera a ponerse al baño mana para que la escritura reapareciera; física elemental, sin tinta marca ACME. De todas maneras el contenido del mensaje no podía ser más estúpido aunque quizás, pensé, teniendo en cuenta el método empleado podría resultar ser un mensaje en clave. Borré la frase y sus aledaños con la palma de la mano y comencé a afeitarme mientras trataba de llegar a alguna conclusión satisfactoria sobre tan intrigante suceso (sí, mi vida es así de aburrida). Al aseo sólo tenemos acceso Frasquito y yo. La puerta tiene cerrojo y siempre está cerrada con llave; una pequeña norma interna de convivencia para evitar que los estudiantes se salten su turno colapsando baños de otros compañeros. Luego la resolución de la autoría podía cuajar pronto: la primera opción es que alguien que no fuese Frasquito hubiera accedido con ganzúa, llave maestra o duplicado de nuestras llaves con nocturnidad y alevosía para escribir el mensaje con o sin el consentimiento de mi compañero de pasillo. La segunda apuntaba al propio Frasquito, en un alarde de genialidad poco propia de él; aunque la extraña idiotez del mensaje, por otra parte, daba puntos a su favor. Dado que este año las matriculaciones habían sido escasas en la Universidad (la gente optaba más por cursos de formación profesional) había un bajo número de inquilinos en el edificio, de tal modo que yo formaba parte del único dueto habitante de la séptima y última planta. Y era difícil pensar que algún gracioso de los niveles inferiores se tomara la molestia de conseguir una llave, subir, entrar, escribir el insulso mensaje y salir pitando antes de las 6 de la mañana. Todo apuntaba a Frasquito, sobre todo teniendo en cuenta que es la única persona que ha entrado en mi cuarto y conoce mi costumbre de dejar el cenicero hasta arriba de restos de frutos secos. Ya le interrogaría a la noche. Por la primera letra del apellido le toca ir a clase por la tarde y apenas coincidimos casi de madrugada, y sólo cuando está demasiado cansado para ir a las partidas de cartas que organizan los imbéciles del equipo de rugby de la facultad de ciencias en su club, logia, o cómo coño lo llamen.

Pasaron las clases entre bostezos y apuntes tomados sin mucha gana. El segundo cuatrimestre acababa de empezar y ya tenía bastante materia avanzada desde Navidades, sin contar con la caña que le iba a meter a mis asignaturas más flojas en Semana Santa; nunca tengo gran cosa que hacer en mi tiempo libre, así que lo suelo dedicar a pasar apuntes a limpio una y otra vez hasta que se me quedan grabados o hacer los trabajos que nos mandan, que no son pocos. Siempre soy el primero en entregarlos, no porque pretenda quedar el primero de la clase ni nada por el estilo; simplemente me da mucha pereza ponerme con los deberes, así que los empiezo en cuanto nos los mandan para arrastrarlos el mínimo tiempo posible. Luego todo dios viene a pedirme que se los deje para fotocopiarlos y maquearlos. Y ahí acaba mi vida social; tampoco me quejo, no puedo integrarme entre una gente que me resulta incomprensible y desagradable en muchos aspectos; y juro que lo he intentado. Este último curso me estaba resultando relativamente fácil; éramos muy pocos los que no cargábamos con asignaturas pendientes de años anteriores y eso da una ventaja tranquilizadora. Por la tarde estudié y me eché una leve siesta antes de la cena esperando encontrarme con Frasquito en el comedor para un ligero interrogatorio. En efecto allí estaba, devorando unos sanjacobos con pinta de haber servido como suela de las sandalias de Atila, y puso una cara muy cómica cuando le pregunté si había usado el baño por la noche a lo que me respondió que había entrado en su cuarto justo cuando sonaba mi despertador y que se había echado a dormir sin quitarse la ropa de pura borrachera y cansancio, incluso se había dejado la llave del cuarto de baño en el cajón de su mesita de noche. De la tajada que llevaba no se acordaba de donde la había metido y tuvo que echar la última meada por la ventana del pasillo que da a la parte trasera del edificio; un chorro amarillo de siete pisos de altura, todo un espectáculo. Le creí sin ningún resquicio de duda. El primer martes de cada mes los veteranos del club de rugby de ciencias invitan a las nuevas generaciones a una gran cogorza en plan fiesta americana de fin de curso y Frasquito es fijo en todas. Lo de la meada sonaba también muy característico de él; y al igual que es tan extravagante con su puñetero frasco me consta que también lo es con otras cosas, entre ellas el cuarto de baño. Que le prestara a alguien su llave era posible, pero poco probable. Seguía pues el misterio, aunque ahora mi único y principal sospechoso tenia coartada.
Terminé de cenar y me fui a mi cuarto a ver la tele portátil que me habían regalado mis abuelos por Reyes. En ese momento debía estar abstraído del todo porque abrí una bolsa de pipas, vacié el cenicero y me tumbé en la cama. Me di cuenta de que había roto la estrafalaria prohibición del espejo mucho más tarde, justo antes de apagar la tele y quedarme dormido encogiéndome de hombros, sin darle ninguna importancia a tal hecho.
A la mañana siguiente volví a ducharme sin ni siquiera acordarme del puñetero espejo. Pero si consideraría el asunto con mayor gravedad cuando después de ducharme, de nuevo, me encontré con una nueva frase escrita sobre el húmedo cristal: TE LO ADVERTÍ.

-2° Mensaje

Es cierto, me lo advirtió. Lo más extraño es que la tan manida frase de "te lo advertí" se suele pronunciar tras haber ejecutado una acción de castigo; o sea, tras soltar una torta. Sin embargo no había notado ese tortazo; incluso registré mi cuarto después de vestirme para ver si me habían robado algo pero todo estaba intacto y en su sitio. A fin de cuentas si el absurdo exigente misterioso tenia acceso al cuarto de baño podría perfectamente entrar en mi habitación. En tal caso lo habría hecho de noche, aprovechando que yo dormía; y no había otra manera de que supiera que había vaciado el cenicero unas horas antes. Suponer que lo vaciase era rizar demasiado el rizo en lo que ya se presumía como una broma kafkiana. De todos modos cuando volviera de clase a hacer el equipaje ya me encargaría de hacer una limpieza a fondo por si alguien me había instalado en la habitación un sistema de cámaras y micrófonos; no era cuestión de ponerse neura, pero nunca se sabe. Y cuando volviera de casa el domingo, haría una nueva revisión; así incluso tendría un hobby. El fin de semana iba a ser tan solitario y tedioso como cualquier día lectivo, pero al menos podría tragar comida decente y algo nuevo con lo que darle vueltas a la cabeza.

Por supuesto no asocié a la amenaza del espejo la muerte de Quique, mi viejo amigo del instituto, pero fue lo primero que oí al cruzar la puerta de casa esa noche. Mi madre no supo informarme muy bien de lo que había pasado; desde que murió mi padre apenas podía juntar dos frases seguidas sin que pareciera tener un retraso mental severo. Es duro decirlo con esta crudeza, pero su repentina incapacidad de expresión resultaba enervante y con mi habitual acritud de huraño me encerraba en mi cuarto cuando intentaba hablar conmigo o la mandaba directamente a la mierda para que me dejara enpaz. Luego me arrepentía cuando echaba un vistazo escondido tras la puerta del salón y la veía llorando, pero no puedo evitarlo. Es lo que tiene la soledad, te hace irritable hasta el extremo de no poder luchar contra ti mismo.
La abuela de Quique se lo encontró muerto en el cuarto de baño, pero no habían trascendido las causas de la muerte, así que todo eran rumores sobre una supuesta sobredosis. Una muerte extraña de la que no tenía muchas ganas de saber nada. Hacía tres años que no salía de juerga con Quique y aunque nuestras madres mantenían el contacto nos habíamos distanciado mucho. Mientras yo avanzaba en una lenta agonía existencial Quique se había estancado en la adolescencia y se perjudicaba con farlopa. Tenía los sesos demasiado cocidos para mi gusto; más incluso que yo, que no es poco. Mi ventaja con respecto a él es que yo no necesitaba gastarme una pasta y jugarme una condena por posesión de drogas. La suya, que siempre estaba tan colgado que no tenía que sufrir la realidad. Una realidad de desarraigo e inconformismo en una sociedad y en un momento que nos resultaban hostiles e incomprensibles. Éramos demasiado solitarios, demasiado pesimistas, demasiado iguales. Lo suficientemente iguales como para amargarnos aún más el uno al otro. Incluso llegué a tener la esperanza de que las cosas cambiarían al separarnos cuando yo entrase en la Universidad y Quique se pusiera a dar tumbos de trabajo en trabajo. De poco o nada sirvió el cambio; él había virado clarisimamente a peor, y yo aunque en menor grado, también. No lloré su muerte, ni se me pasó por la cabeza ir al funeral ni al entierro; por fortuna mi madre estaba demasiado ida como para increparme por no querer ir y con la depresión que llevaba encima tampoco ella parecía muy por la labor de visitar cementerios. Me pasé todo el fin de semana viendo estúpidas películas de sobremesa sobre niños desbaratando planes de terroristas a base de tirachinas y reflexionando acerca del engendro cabrón e insensible en que me había ido convirtiendo paulatinamente.
Volviendo al colegio mayor el domingo, mientras el conductor del autobús dejaba al pasaje sordo con los goles retransmitidos por la radio, yo seguía recordando los buenos y malos ratos que pasamos Quique y yo. Y me vino a la mente lo que me dijo la última vez que hablé con él hacía unos pocos meses, delante de un café y estando menos drogado que de costumbre; mi ex acababa de dejarme la noche anterior y para intentar consolarme se tomó un leve descanso de sobriedad en el que estuvo frío y despiadado; sincero: «Piensa que al menos lo has intentado y te has roto los huevos todos estos años; pero no me gustaría estar en tu lugar. Porque tú, al igual que yo, eres un fracasado. Y lo sabes. Si no eres lo bastante bueno para las personas que quieres; si tu esfuerzo y lo que hay dentro de ti no sirve para hacerles felices... ¿qué eres? ¿de qué sirve lo que hagas o dejes de hacer? No eres nada, no sirve de nada. Todas las personas a las que has intentado hacer feliz te han repudiado, se han apartado de ti o te han abandonado; como a mí. Y por mucho que esas mismas personas digan lo caro que vales, la cantidad de cosas buenas que tienes en la vida o te cuenten lo bueno buenísimo que eres serán tan sólo palabras, burdos intentos de que no se te quede en la espalda la marca de la herradura al recibir la coz. El mero hecho de que te dejen tirado cuando ya no te queda más sangre que dar por ellos es una prueba irrefutable; y más extrema es la sensación de vacío cuando les preguntas qué has hecho mal, cuáles son esas cosas que supuestamente tienes o cómo es que siendo tan bueno te expulsan de su vida y su única respuesta es negar con la cabeza encogiéndose de hombros. Porque no saben qué contestar; porque esas excusas abstractas se resumen en "bueno, bonito y barato", una simple frase hecha; porque no pueden sustentar el dejarte tirado con razones; porque todo es un engaño. Todo se queda en una mentira piadosa que no son capaces de explicar. Hay personas que lo aceptan y pueden salir a flote, sobre todo si saben de qué flanco les ha llegado la puñalada: una persona mejor, una discusión muy fuerte, un grupo de amigos más chachis, un trabajo que te cagas, o la distancia como es nuestro caso por tus estudios... y mi adicción; no te culpo, pero me jode que las cosas se hayan enfriado tanto, aunque como ya te digo son razones de verdad, comprensibles y tal. Eso sí, también están los que como tú y yo se tocan y notan sangre por todas partes pero no encuentran el boquete de la herida, y se van hundiendo lenta e inexorablemente en el pozo de la desesperanza. Pierden la confianza en sí mismos y no pueden volver a acercarse a otras personas por el riesgo de padecer y hacer daño. Y en caso de que aún queden fuerzas para seguir en pie se acaban desvaneciendo en el axioma de que por mucho que te insistan no tienes pruebas que rebatan la realidad de que eres mala persona, que no vales un pimiento y que no tienes nada en la vida. La mayor razón que existe para luchar es por uno mismo, y yo al menos no le veo sentido a sacar algo adelante si ese algo soy yo. Yo; que en todos estos años ha quedado claro que ni soy buen tío, ni valgo para nada y que lo único que tengo en la vida es el mono de trabajo y una silla de camping en el desván para pasar los bajones de farlopa sin que se enteren mis viejos. Así está el tema, tronco. Y a pesar de todo tú sigues teniendo arrebatos de esperanza y delirios de poder ser feliz. Me das risa, me das pena, y sobre todo me das envidia. En fin, si existe la reencarnación debimos hacer algo terrible en nuestras vidas pasadas porque estamos pagando de lo lindo. Y lo que nos queda. La vida es mierda, macho; es mierda.».

Entré en mi cuarto con una sonrisa melancólica; al fin Quique había alcanzado el Nirvana. Dejé la mochila en el suelo, ya organizaría las cosas por la mañana. Me puse ropa más cómoda y cogí el móvil para llamar a mi madre y decirle que había llegado a destino sin ningún percance. La noté un tanto nerviosa y le pregunté qué pasaba. Lo que me contó fue bastante inquietante; se había enterado de que iban a tardar más tiempo del previsto en enterrar a Quique. En la autopsia habían determinado que no había muerto de sobredosis; es más, llevaba unas semanas desenganchado, con un trabajo cojonudo (que no pregunté cuál era) y parece ser que estaba saliendo con una estudiante de Bellas Artes. Tras 22 años de estar en el arroyo Quique había cumplido su condena por aquello que hiciera en sus anteriores reencarnaciones y entraba en el camino de la felicidad, camino que pudo andar muy poco. Como él me decía muchas veces las desgracias nunca vienen solas, y cada vez vienen a peor y en el momento más inoportuno. Quizá por eso mi padre murió al día siguiente de esa última conversación, tres días después de que mi novia me dejara tras cinco años, consintiendo sus infidelidades como un perro sumiso. Y quizá por eso Quique estaba ahora muerto. Me produjo una gran frustración saberlo e imaginar que la beethoveniana "finita est comaedia" que tenía pensado pronunciar al morir podría haberse tornado en un "quiero vivir"; y un estado leve de ansiedad cuando mi madre dijo con su cada vez más habitual forma telegráfica de hablar: «Estaba limpio, y no creen que haya muerto por las secuelas de lo que tomaba. Su abuela creyó que se había suicidado; ella estaba en la salita viendo la tele y oyó ruidos raros del baño. Quique estaba en la ducha para salir con la novia, entonces la abuela abrió la puerta y Quíque estaba blanco tirado con mucha sangre por el suelo, rodeado del vapor de la ducha. El forense dice que ha debido tener una hemorragia interna grande, pero no saben la causa ni dónde se produjo. Es como si hubiera vomitado sangre hasta morir. Como si se hubiera vaciado».
Vaciado. Como el cenicero. No, demasiado absurdo y rebuscado. Nadie seria tan audaz de planear una muerte que ni los médicos se podían explicar, anunciándola con doble tirabuzón y de remate en plan vengativo hacia mí, pobre pringado, por algo tan chorra como vaciar un cenicero de cáscaras de pipas. Pero la verdad es que al oír esa palabra sentí un ligero hormigueo de desagrado. Cuando colgué el teléfono miré el cenicero, lleno de nuevo por la bolsa que me zampé la noche del miércoles con repulsión; por culpa del puto mensaje y la coincidencia con la muerte de Quique iba a tener una nueva manía, superstición o como quiera llamarse. Estaba cansado del viaje y me apetecía una ducha, así que aprovechando que el turno de noche estaba libre llamé a la habitación de Frasquito y le pregunté si tenía previsto usar el cuarto de baño para poder darme una ducha larga y reparadora. "Tranqui, tómate tu tiempo, cuando salgas si eso te vienes y vemos Blade Runner, que acaba de empezar", me contestó. Le dije que me parecía buena idea y cogiendo los útiles de baño entré en el aseo y cerré la puerta dejando la llave en la cerradura para atrancar el cerrojo.

Por supuesto la sensación morbosa de saber si alguien había dejado un mensaje nuevo en el espejo fue superior a mí y no pude evitar abrir el grifo del lavabo y empañar el cristal. No tardó mucho en empañarse; y para mi tranquilidad, en empañarse del todo. Sin letras ni huellas de ningún tipo. La señora de la limpieza había hecho un buen trabajo ese sábado. Como una especie de acto de rebeldía llevé el dedo índice a la superficie plana y marqué un jovial "ME LA VAS A COMER A DOS PAPOS, CAPULLO". Las letras las tuve que hacer pequeñitas, pero se entendía a la perfección. Ya más relajado y centrando mis pensamientos en los viejos tiempos, cuando Quique aún vivía, me senté en el bidé a cortarme las uñas mientras el espejo se iba desempañando lentamente.
Entré en la ducha, puse el agua muy caliente y me senté en posición fetal recostado contra la pared, dejando que el agua resbalara por mi cuerpo. Perdí la noción del tiempo. Cuando salí el ruido de las gotas fue sustituido por la tele de Frasquito; Harrison Ford se estaba tirando el rollo ante Sean Young y sonaba la de "One more kiss". Me puse a silbar la melodía mientras me secaba y pasé al puñetero pero necesario deber de afeitarme; nunca he soportado llevar barba más de tres días seguidos y si no lo hacía en ese instante iba a pasarme todas las clases del lunes rascándome la cara. Eché un rápido vistazo al espejo antes de repetir el gesto de borrar el mensaje, agradeciendo que esta vez la letra fuera mía. Sin embargo no lo era. Era otra letra distinta. Es más, de lo que yo había escrito minutos antes no quedaba ni rastro. Me quedé mirando con la boca abierta y sentí como si de repente el mundo se hubiera parado. Tan sólo se movían las gotas de agua que caían de mi nariz y golpeaban con un sonido sordo la toalla en el suelo y suaves volutas de vapor que ascendían en expansión; hasta la canción se me quedó congelada en el cerebro. "One more kiss dear, one more sigh... sigh... sigh... sigh". Salté como un resorte y me giré en dirección a la puerta; el cerrojo, la llave; todo tal como lo había dejado. Las paredes, las esquinas, el retrete, el extractor de humo; cada cosa en su sitio. Sin ninguna abertura por donde alguien pudiera colarse con tal sigilo que no lo oyera. Revisé el espejo desencajando del marco, golpeé con el nudillo cada baldosa... y nada. No había truco. Pero lo más escalofriante y pasado de ácido era el nuevo mensaje: NO SE LO CUENTES A NADIE.

Hasta aquí la primera parte por eso del espacio y que resulte medianamente legible; en breve colgaré la segunda parte y así doy sensación de tensión e intriga (El tempo es el tempo) . Creo que me ha salido bastante curradete, aunque digno de un buen fajo de correcciones. Me interesan MUCHO críticas, opiniones, etc.

3 comentarios

Barturro -

Por cierto, mola Frasquito xD

Barturro -

Hum, no me gustan las historias de miedo xD En fin, de todos modos está muy bien pero espero que lo del cenicero tenga algún tipo de significado :P

Gerard -

Agh.

Quiero decir, me estaba montando la película mientras leía y en el último párrafo los tenía por corbata esperando el giro final y...no puedes hacer esto!

Te odio, quiero mi dosis.