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Redemption

Cuentos de mucho miedo

Vaho (3ª parte, y última)

Vaho (3ª parte, y última) -4º Mensaje–

El despertar a la realidad supuso un punto de inflexión en la línea descendente que había sido mi vida durante el último año. El instinto de supervivencia dio la alarma y saltó el piloto de emergencia. La ruptura y las muertes sumados a los mensajes me habían llevado al borde de la locura y ya sólo quedaba dar el paso hacia el precipicio. Pero el ser humano tiene más recursos de los que uno pudiera imaginar; por eso hay casos de gente que vive y hace vida normal con balas incrustadas en su cabeza o despierta de un coma tras décadas. Lo mío fue algo distinto. Dejé de llorar al instante y contemplé con un golpe de vista lo que sucedía a mi alrededor; no recordaba absolutamente nada y sin embargo sabía perfectamente dónde estaba y porqué. Me encogí en mi mundo interno para reflexionar sobre todo lo sucedido. Todos los pensamientos fluían a gran velocidad: “No era sobre el propio espejo sobre lo que no tenía que contar nada, sino sobre Raquel. Iris es sospechosa. Pero no tiene motivos para hacerlo. Y cómo hacer algo así. Es demasiada casualidad. Solo estábamos nosotros dos, todo el mundo estaba en clase o en las cafeterías. Frasquito tampoco. Estoy sólo. Alguien quiere joderme, y es algo personal. Sabe lo de mi ex; podría ser uno de sus admiradores que quiere tomarse una venganza que sólo le corresponde a ella. Cada vez se acerca más, sólo seres queridos. La siguiente es Raquel, seguro, así que no puede ser por venganza. Se trata de que vayan muriendo todas las personas que me importan por un orden de preferencia que sólo yo puedo saber, así que es improbable que el que esté haciendo esto de un paso atrás y le dé por matarme a primos terceros. No importa. No voy a dejar que nadie más muera por mi irresponsabilidad”. Todas las ruedas se calzaban en un engranaje diabólico que con toda certeza iba a continuar hasta que no me quedara nadie.

El resto de Marzo lo viví en casa de mis abuelos, lejos de la Universidad, del colegio mayor y del espejo. Dado mi nuevo estado mis abuelos se debatían entre el terror y la pena. Apenas hablaba, dormía un par de horas al día y siempre por la tarde. No paraba de leer encerrado en la cocina y sólo pisaba el baño para mis necesidades y ducharme con agua fría una vez cada cuatro días, a regañadientes y sin afeitarme. Comía varias veces al día pero en pequeñas cantidades, prolongando cenas normales y corrientes durante horas y horas. Toda mi familia temía que me hubiera vuelto un esquizofrénico debido al golpe, pero no era así. Me negué a volver al psicólogo, ya había ido a varios cuando lo de Raquel y no había servido de nada. En realidad el problema no residía en mis nuevas rarezas, sino en mi gélida serenidad ante absolutamente todo lo que pasaba combinada con una paradójica tensión. Tenía calambres constantes y los gemelos se me subían varias veces al día; mi abuela tuvo que reducir mi dieta a sopas, bocadillos y bebidas enlatadas porque en cada comida doblaba los cubiertos al usarlos hasta dejarlos inservibles y resultaba posible que sin darme cuenta rompiera vasos con las manos en uno de tantos espasmos. Yo intentaba no coger las cosas con fuerza, pero no podía evitarlo. De pura tensión todo cobraba la consistencia del papel.
No guardo mal recuerdo de esos días que hoy se me antojan tan lejanos. Me sentía como un Spiderman con sus sentidos a toda potencia. Lo captaba todo y hasta por las noches podía reproducir completas las conversaciones que había oído a mis abuelos a lo largo del día; y en ningún momento pensé en Quique ni en mis padres. Todo lo que meditaba acerca de los mensajes lo hacía de una forma serena y ridiculamente racional: sólo importaba no volver a caer en otro error y no permitir que ni Raquel ni nadie murieran. Como quien planifica unas vacaciones. Era como un estado de omnisciencia dentro de esa casa, que se había convertido en mi microcosmos.
Pero todo tiene un fin y mi cuerpo anuló la ley marcial. Día tras día estaba cada vez menos alerta, más relajado y confiado. Ya no sacaba picaportes de su encaje al abrir puertas y dormía y comía de un modo aceptable. Mis tíos se habían encargado de todos los papeleos, herencias, etcétera y yo debía volver a la Universidad. Perder un curso por una depresión puede pasar, pero no me podía permitir un segundo año consecutivo en blanco; menos aún sin el colchón económico de mis padres.

-5º Mensaje-

En clase todo el mundo se había enterado de mi recién estrenada orfandad. Los que durante años no me habían dirigido la palabra se rompían el culo para darme el pésame. Ellas me abrazaban y me invitaban a salir con el grupito de turno algún sábado para hablar y tomar algo. Yo, con los putrefactos restos de caballerosidad que me quedaban de los viejos tiempos, daba excusas e intentaba disimular malamente la profunda repugnancia que me producía el contacto físico de unas tipas que no se habían dignado a hablarme más que para pedirme los apuntes. Ellos se ofrecían a pagarme cafés e ir de bares los sábados. Con los tíos simplemente me negaba y les lanzaba una mirada homicida si insistían. El número de cafés y las veces que me repetían lo de irme de juerga era directamente proporcional a las tías buenas que hubiera en las cercanías escuchando. Me dieron ganas de vomitar al pensar que, en caso de estar en su lugar, yo podría haber hecho lo mismo. En cuanto a ellas se repetía el mismo esquema, pero con el grupo de amigas de turno y apoyadas en el brazo del novio; no hay mejor manera de que la “hembra alpha” refuerce su liderazgo que haciendo un caritativo alarde de comprensión y buen rollo. Ya sé que tanta amargura me ha dejado hecho un cabrón malpensado y desconfiado, pero la humanidad da auténtico asco. Yo soy un buen ejemplo.

Aunque uno tenga una vida gris y totalmente predecible siempre hay momentos para la improvisación y la sorpresa. La sorpresa llegó a la semana de mi regreso a la rutina cuando al volver de clase la vi sentada en las escaleras de acceso al colegio mayor, encorvada para que su cabeza reposara sobre el cuenco que formaban sus manos; con su aspecto de ida del mundo, sus ropas mugrientas y una cadena que surgía bajo un pliegue de su camiseta y caía irregular serpenteando sobre un par de peldaños.
No tengo ni idea de cómo se enteró Iris de los últimos acontecimientos porque apenas se cruzaban nuestros caminos más que una vez al mes y yo apenas la devolvía el saludo por mera cortesía. Por un instante la lancé una mirada iracunda; pero no podía responsabilizarla de la conversación que había asfixiado a mi madre. Recompuse el rostro pero ella se había dado cuenta de mi expresión y poniéndose en pie me dijo que si molestaba se iba y que sólo había venido a ver cómo estaba. Me senté en las escaleras como un gesto de perdón y aceptación de su visita que ella entendió con una sonrisa y se sentó a mi lado en silencio.
Debió leer bien mi mente porque en ningún momento habló ni hizo alusión alguna sobre cualquier acontecimiento luctuoso, lo cual por otro lado agradecí dejándome llevar en una larga conversación sobre chorradas sin importancia. Al ver que más o menos había logrado distraerme un poco de tanta fatalidad miró al cielo que ya oscurecía durante un momento y con solemnidad se puso a rebuscar en la pequeña mochila que llevaba casi camuflada entre sus tobillos. Sacó una botella de Jack Daniel´s y la agitó ante mí diciendo “¿Qué tal un poco de devoramentes antes del toque de queda?”. Había reglas sobre presencia femenina en el colegio mayor, pero con cierta permisividad hasta la hora de la cena; a partir de esa hora estaba totalmente prohibido que hubiera chicas en el recinto. Antes, se apelaba a una supuesta responsabilidad de los residentes, aunque entre los conserjes, guardas y personal de limpieza eran constantes las muestras de recelo y amenazas de denuncia ante los tutores. En cualquier caso supuse que no pasaría nada por tomar un par de copas en la escasa hora que faltaba hasta que ella tuviera que largarse, así que accedí y fuimos a mi habitación por los ascensores principales; el mejor secreto es el que se guarda a la vista de todo el mundo.
Quizá fuera algo que ella ya tenía planeado. En cualquier caso acabamos la botella aunque ninguno de los dos terminamos demasiado tocados, a mí apenas me afectaba el alcohol en cantidades que antes por lo menos me achispaban, sobre todo en bebidas que no fueran cerveza, y ella desde que la conocí era una socia compromisaria de las destilerías de Tennesee. Había pasado la hora señalada y para evitar malos encuentros hasta la salida decidimos que se quedara a dormir conmigo; ya nos apañaríamos por la mañana a primera hora, cuando la gente aún no se hubiese levantado. Aquella noche descubrí facetas de Iris que no conocía, incluso me parecía una persona realmente interesante y llena de facetas que jamás pensé que tendría; nunca habíamos intimado mucho aunque fuese la mejor amiga de Raquel durante tantos años y siempre preferí mostrarme esquivo con ella para evitarle celos a mi ex. La voluptuosidad y mirada selvática de Iris ponía nerviosas al resto de féminas, supongo que por eso no se la solía ver mucho en grupos de gente; lo cual no quiere decir que anduviera sola por todas partes, siempre había alguna chica a su lado aunque raras veces se la veía repetir con la misma. Además era el tipo de mujer que te mira de arriba abajo para acabar lanzando una sonrisa siniestra, como si se felicitase por haber descubierto tu punto débil y lo archivase en su memoria dispuesta a manejarte a su antojo en caso de necesidad. Conversamos, simple y llanamente. Casi me da un infarto cuando cogió el cenicero dispuesta a vaciarlo; le dije que no lo hiciera y alegué que era una de mis nuevas manías, a lo cual contestó devolviéndolo a su lugar y encogiéndose de hombros.
Entre la pequeña chispa de euforia del bourbon y lo amena que estaba resultando la velada aparté de mi mente todas mis preocupaciones por unos instantes, los suficientes como para mirarla a los ojos con creciente excitación mientras ella hablaba sobre un compañero suyo de clase que era gilipollas y buscaba cualquier ocasión para acercarse a ella y rozarla. Captó mi mirada y lo que había tras ella, dejó una frase en el aire y agachó levemente la cabeza para atraparme con unos ojos que jamás había visto en ella y superaban con creces sus gestos más salvajes, que no eran pocos. Mordí bien el anzuelo.
No sé quién de los dos se lanzó buscando la boca del otro. Fuimos los dos a la vez, quizás. Lo que sucedió inmediatamente después no tiene importancia como hecho en sí, pero la forma... en la forma está todo. Mientras yo tomaba el mando con una pasión rozando el delirio ella, al contrario de lo que imaginaba, desprendía suavidad en cada movimiento. Fue eso lo que al acabar me pareció más importante y más peligroso. Sobre todo cierto brillo en los ojos que hacía mucho tiempo que no veía. Ella se quedó dormida muy pronto mientras yo me iba al cuarto de baño a lavarme la cara; estaba llorando sin darme cuenta. De algún modo sentía que le estaba siendo infiel a Raquel y que estaba jugando con Iris. Dejé que corriera el agua fría y taponé el lavabo para poder meter toda la cara, a ver si así se me quitaban esas nuevas ideas de culpabilidad mal entendida. Hundí mi cara en el agua y aguanté hasta quedarme sin aire. Me sequé y salí sin mirar en ningún momento el espejo.

Iris se fue a la mañana siguiente sin despertarme. Lamenté no haber hablado un poco más con ella, pero quizá fuera la confirmación de que sólo había sido un rollete. Me alegré de haberme equivocado al juzgar esa extraña mirada resplandeciente. O eso creí. Mi sorpresa sería mayúscula cuando al volver de clase me la encontré en las escaleras, exactamente igual que el día anterior, pero de pie; ya no había cadena ni parches de los Exploited. Lucía una camiseta de tirantes levemente escotada y unos vaqueros viejos ajustados; como no llevaba las gafas me costó determinar si era ella hasta que la tuve a cinco pasos. Se movía a izquierda y derecha por un escalón de un modo compulsivo y se mordía la falange de un dedo. Los que entraban y salían del colegio mayor la devoraban con la vista sin piedad, incluso uno tropezó y rodó escaleras abajo llevándose por delante a otro que subía, como no podía ser de otra manera, mirando a Iris con la boca abierta. La verdad es que impactaba. Con su nuevo aspecto y lo que descubrí de su persona la tarde-noche anterior perdía ese imán salvaje, pero ganaba con creces en muchos otros aspectos. Por decirlo de un modo crudo: antes incitaba a una noche de sexo duro hasta quedarse seco y ahora... ahora también, pero no sin antes llevarla a todos los sitios donde te conocen y rematar la faena cenando en un restaurante de lujo para que todo el universo viera que ese pedazo de mujer está contigo, y que se jodieran de envidia. No me puse a pensar en el porqué de tan repetino cambio en su aspecto, pero me di cuenta enseguida de que estaba realmente incómoda siendo el centro de todas las miradas. La teoría de Raquel quedaba pues confirmada. “Vámonos de aquí antes de que me ahogue en babas de macho”, me dijo cogiéndome de la mano y tirando de mí hacia las afueras del campus.
Sus tíos estaban fuera de la ciudad y teníamos la casa para nosotros sólos, eso es lo único que me dijo durante el camino. Yo estaba demasiado concentrado en intentar discernir qué era lo que estaba pasando exactamente y ella creo que tenía bastante con arrastrarme a toda velocidad a sus dominios antes de que yo llegase a alguna conclusión que, con lo zumbado que estaba, podía ser perfectamente salir corriendo cruzando semáforos en rojo. No había tenido tiempo de salir de mi confusión cuando entramos en su casa; lanzó las llaves al suelo provocando un eco estruendoso en el vestíbulo que me crispó los nervios y se lanzó sobre mí sin mediar palabra. Del choque tuve que recular dos pasos hasta dar con mi espalda en una pared. Sus brazos me rodeaban el cuello e impidieron que me golpeara en la cabeza. No intentó besarme, pero se me quedó mirando fíjamente con ese resplandor líquido bailando en el blanco de sus ojos. Fue entonces cuando se me fueron todas las dudas sobre lo que estaba pasando, así que comencé a hablar abriendo fuego con la gran pregunta.

- ¿Por qué?
- No te entiendo,- dijo ella frunciendo el ceño pero sin soltar la presa,- ¿porqué “que”?
- ¿Por qué?- insistí.

Finalmente se apartó a cierta distancia aunque sus manos se entrelazaron en mi nuca. Apartó su mirada ruborizándose de repente; nunca la ví tan bonita como en ese instante; me recordó la suave cara de hada melancólica que tenía Raquel cuando se encerraba en sus pensamientos, pero no pude conmoverme. Ya no. Es uno de tantos sentimientos que había perdido.

- Te quiero.- soltó de golpe aunque yo ya lo había previsto, a pesar de lo cual no supe muy bien qué contestar, al menos de una manera coherente.
- No es cierto. Es imposible. Apenas me conoces. No tiene sentido.
- Te quiero desde hace años.- prosiguió volviendo a mirarme a los ojos a punto de regar con lágrimas algo que cada vez resultaba más absurdo.
- ¿Años? No puedo creerte, ni tan siquiera te dignabas a dirigirme la palabra.
- Cuando te conocí me pareciste el tipo más introvertido e insensible que había visto nunca, pero te observaba aunque tú no te dieras cuenta porque para ti sólo existía Raquel. Lo veía y oía todo. Cada vez que la abrazabas por la espalda, cada vez que la mirabas con esa calidez y apretabas su mano, cada vez que la besabas con una dulzura que apenas la rozabas, cada vez que le dedicabas una sonrisa, cada vez que borrabas sus lágrimas, cada vez que le apartabas el flequillo y todo lo que ella me contaba y yo apenas contestaba que eras la encarnación de la diabetes y que dabais asco. Y ella se enfadaba. Y yo por dentro me moría de jodida envidia porque jamás nadie me querría así ni de esa manera.- terminó finalmente rompiendo a llorar,- A veces me quedaba apartada disimulando y cerraba los ojos mientras hablabais, y me imaginaba que era a mí a quien decías todas esas cosas preciosas o me apartabas con delicadeza la camiseta para besarme un hombro en vez de a ella.
- Lo que dices no tiene lógica,- contesté sin estar ya muy seguro de lo que estaba diciendo.- Lo que tú quieres es una serie de detalles de lo que te gustaría en una relación, pero no a mí. Soy un miserable cabrón, Iris. Lo soy.
- Una relación está compuesta de personas; y una persona es el conjunto de todas las cosas que hace, dice y piensa.Tú eres ese conjunto que he estado buscando toda la vida mientras tropezaba. Pero ella era mi mejor amiga y tú la mirabas como si estuvieras ante el mismísimo Dios. ¿Qué hacer ante esa situación?
- También hago, pienso y digo cosas horribles.
- La única distancia que hay en este momento entre tú y yo está regida por una balanza. En la mía todas las cosas buenas que he comprobado que hay en ti pesan tanto que hacen que lo malo que hay en el otro extremo salga disparado por los aires, mientras que en la tuya...
- En mi balanza los dos platillos rebosan podredumbre.
- No digas eso.- me suplicó cogiéndome de las mejillas y dándome un pico,- No seas tan injusto contigo; date a ti mismo la oportunidad que nadie te ha dado ni puede darte.
- No lo entiendes.
- Si tan sólo me dieras la décima parte de lo que le dabas a ella; ya no a mí, a cualquiera. ¡A cualquiera!- repitió apretando los dientes y clavando las yemas de sus dedos bajo mis orejas.

Levanté la vista por encima de su cabeza y me pude ver en un gran espejo clavado en la pared de enfrente. Su melena tapaba la visión de mi rostro, mis ojos surgían como una siniestra puesta de sol sobre su pelo y mi frente estaba arrugada, reteniendo alguna gota de sudor. Fijé me vista en ese imagen y le dije en susurros:

- Me pides algo que ya no tengo. Ya no existe la décima parte de nada. Lo dí todo, Iris. Me quedé vacío. Y aunque quedara algo no tendría fuerzas, ni sabría cómo...
- Entonces déjame que yo llene ese vacío.- respondió al instante hundiendo la cabeza en mi pecho,- Déjame intentarlo. Aunque no lo digas sé que no me quieres, pero ayer me dí cuenta de que nos aportamos cosas, de que te gusto, podeemos estar horas hablando sin discutir aunque seamos diferentes. De que conectamos. Puedes llegar a quererme, lo sé. Tú y yo como un solo ser. Podemos lamer nuestras heridas y renacer mejores y más fuertes de lo que jamás podíamos soñar. Conozco la sensación de estar enamorada y cómo se desvanece tarde o temprano. Aunque eso pase yo te seguiré queriendo y lucharé por ti. Tan sólo conóceme. Tan sólo eso. Echa un vistazo a lo que hay dentro de mí. Yo confío en ti y sé que no vamos a hacernos daño. Ya hemos sufrido los dos demasiado; no quiero odiar ni que me odien nunca más, es un sentimiento horrible. Yo no te daré motivos, te lo juro; y sé que tú a mí tampoco. Confío en ti y en que no cometeremos los mismos errores del pasado. ¡Por favor!
- Me gustaría creerte, pero no puedo. Lo que me dices es algo que ya he oído antes y resultó ser tan sólo un sueño por el que perdí mi alma. La doble traición, la venganza, el círculo vicioso, el dolor... Ni siquiera sé si puedo confiar en mí mismo y en que no te haré daño. Hay cosas que no sabes; sólo creo sufrimiento a mi paso.
- Por favor.- me suplicó de nuevo aún con lágrimas pero sonriendo esperanzada,- Me veo contigo ahora, dentro de años y de décadas; y nos veo caminando hacia delante cogidos de la mano. Un proyecto. La vida. Alguien en quien confías, que te cuida, con el que compartirlo todo, con el que poder quedarte dormida sabiendo que no permitirá que nada malo pueda pasar y que al día siguiente te despierte diciéndote que todo marcha bien en un brillante nuevo día.

Tomé aire. No podía tomar una decisión en un momento tan emotivo, una decisión que cada día deseaba que no tuviera que tomar. En ningún momento pestañee ni aparte la mirada de ese punto inexistente de mi reflejo en el cristal. Pero ese calor, el calor del pelo de una persona que te abraza, cayendo por el pecho y desbordándose en los brazos me hizo pensar que quizás podría dejarme llevar y dejar que Iris me guiase fuera del infierno y de la locura.

- Recuerdo esa sensación. La sensación de que hay futuro. La ilusión y la esperanza, pero es tan lejana, irreal y agrietada como una vieja fotografía.- dije simplemente, y los dos guardamos silencio, pensando qué hacer a partir de ese punto.

Es gracioso. Precisamente en el instante en el que se abría una posible salida, quizá la última, mi cara y el cabello de Iris se difuminaron rápidamente en un brote de vaho blanquecino. Lo último que alcancé a ver antes de quedar cómicamente empañado fue mi cara inclinarse hacia atrás con la boca muy abierta y una gruesa lágrima de horror cayendo a plomo por el rabillo de mi ojo izquierdo. Me quedé congelado unos segundos que fueron eternos mientras un dedo invisible escribía en el espejo las primeras letras de un nuevo mensaje: NO L... No pude leer más. Dominado por el pánico aparté de un empujón a Iris que cayó al suelo atónita y avancé hacia el espejo lanzándole un puñetazo con todas mis fuerzas. El marco cayó al suelo inundando el suelo de cristales rotos. Ví los restos a través de los huecos de mis dedos que chorreaban sangre por los nudillos. Miré la balbuceante cara de Iris semioculta tras una maraña de pelo por última vez antes de intentar emitir en vano un “lo siento, no puedo, podrías ser la siguiente”. No me salía la voz. Abrí la puerta y huí por las escaleras a toda velocidad llorando horrorizado, saltando escalones sin importarme la posibilidad de tropezar y partirme el cuello. Dejé la puerta abierta y oí gritar a Iris que no la dejara sóla, que me necesitaba, que cuidaría siempre de mí, que me quedara con ella; martilleando mi cabeza una y otra vez, culpable por dejarla tirada sin darnos una última oportunidad y a la vez salvando, con toda probabilidad, su vida. Bajé los tres pisos y salí a la calle cubriéndome la cara con las manos, empapándome de sangre como la víctima de una peli mala de serie B. Lo último que gritó fue un “¡no!” agónico y desesperado. Y el portal de entrada se cerró a mi espalda.

-6º Mensaje-

Lo peor fue al entrar en el hospital con la mano ensangrentada y darme cuenta de un hecho escalofriante: los mensajes aparecían sin agua caliente de por medio y en cualquier lugar; para colmo llevado por el histerismo había roto el espejo sin haber leído el mensaje. Apenas un lacónico “NO L”. Imposible discernir cómo podría continuar la prohibición sabiendo lo estrambóticas que podían resultar, como por ejemplo la del cenicero. Me quedé totalmente paralizado sin sentir dolor alguno mientras me daban puntos en las heridas. Fue tan rápido que ni siquiera me dio tiempo a pensar en posibles combinaciones. La enfermera salió dejándome sólo, no sé muy porqué ya que en ningún momento me dirijió la palabra, y en un espejo de la sala donde me encontraba se formó de nuevo el vaho. Esta vez sí me quedé observando con tranquilidad cómo lentamente se formaba el tan temido “TE LO ADVERT͔. Bajé la cabeza con una repulsiva mezcla de impotencia por no haber podido o sabido evitarlo, la eterna culpa y cierto alivio resignado por haber llegado al final del camino. No lo dudé. En algún cuarto de baño Raquel estaba muriendo.

-7º Mensaje-

Era noche cerrada cuando volví andando al colegio mayor dispuesto a coger pasta, pillar un taxi e irme a la casa de campo de mis tíos. Una vez allí el plan consistía en bajar al sótano, forzar el armario, coger una escopeta de caza cualquiera, meterle un cartucho y sentarme con ella en el regazo para ver el último amanecer antes de volarme la cabeza. Frasquito apareció por el pasillo toalla al hombro camino del baño silbando una melodía inclasificable. Nos saludamos con un leve movimiento de cabeza. Mientras sacaba las llaves para abrir mi habitación se giro y con una sorisilla de pícaro venido a menos me dijo: “Menuda jaca lucías ayer, nene. ¡No la dejes escapar!”. Y desapareció en el servicio. No volví a verle, aunque la última vez que ví a una persona fue al despedirme del taxista y desearle un buen viaje de vuelta. Durante las tres horas de viaje me mostré esquivo y apenas hablamos del tiempo y de fútbol. Tenía cosas mejores que hacer, como recordar cada segundo que viví con Raquel.
Lo primero que hice nada más entrar en la casa fue llamar a Iris, aunque no lo mereciese necesitaba irme con la conciencia lo más tranquila posible con respecto a ella; iba a huir de todo de la manera más cobarde posible, como era costumbre a lo largo de toda mi vida. Tardaba mucho en coger pero al menos tenía encendido el móvil, así que insisití mientras miraba el maldito espejo lleno de polvo del recibidor. El único que usaba esa casa perdida en el campo era mi tío como centro neurálgico de sus partidas de caza. Mi tía no entraba allí nunca así que siempre estaba no sucia, pero sí muy descuidada. “¿Sí?”. La voz del teléfono me pilló desprevenido e hipnotizado por el espejo. Era una voz femenina, pero no era Iris; pregunté por ella pero hubo un titubeo en la línea y una conversación de fondo que no conseguía distinguir. Yo seguía mirando el espejo y supongo que por la costumbre creí estar teniendo visiones o una imagen engañosa creada por el polvo de la superficie y mi ángulo de visión, pero la realidad quedó clara cuando todo el espejo se emborronó en un tono grisaceo y con la lentitud con que uno podría paladear un helado se dibujaron de la nada las palabras “NO COMAS”. La última voz humana que escuché vino del móvil, justo antes de que se me cayera de la mano al suelo y se abriese por la mitad como una cáscara de nuez: “Iris ha tenido un accide...”.

-Mensaje Final-

Después de cinco días sin comer, recluído, con todas las persianas ocultando el terror al mundo exterior, uno llega a ciertas conclusiones y teorías. No paraba de pensar en la frase final de Frasquito, “No la dejes escapar”. Quizás, tan sólo quizás, fuera esa la maldición completa del espejo roto por el miedo en casa de Iris, de ese “NO L” que quedó hecho afilados añicos en el suelo de casa de sus tíos. Era para morirse de risa. Fuera lo que fuera o quien fuera el creador de los mensajes y ejecutor de sus amenazas era un auténtico genio; sádico, pero genio. Piensa mal y acertarás, pero cuando creía no poder pensar más mal se superaba a sí mismo, todo para conducir a un clímax delirante que tenía la misma base desde el principio: torturarme hasta la demencia o la muerte, o ambas cosas a la vez en armónico dúo. No se trataba de que fueran muriendo todas las personas a las que quería como pensaba desde el principio, sino de aniquilar uno a uno a quienes me querían a mí, vínculos de sangre aparte.
Por un lado consigue hacerme desaparecer por completo, ya no le importaba absolutamente a nadie. Un ser anónimo al que nadie recordará, alguien que no existe; que jamás ha existido salvo dentro de su conciencia y de brumosos recuerdos de algún pariente y conocido; un “ah, sí, ese... una pena, ¿qué sería de él? No importa, vamos al cine”. Y por el otro lado la confirmación de algo que ya sabía, que a Raquel no le importaba. No necesitaba llamar por teléfono para cerciorarme de que seguía viva. Ella estaría feliz en alguna parte, con mi sombra enterrada y olvidada. Pero ahora lo sabía con certificación, del notario del infierno nada menos. Dos en uno. Un golpe maestro. Lo dicho, un auténtico genio.

Es muy doloroso no existir salvo en la mente de uno mismo; saber que no tienes a nadie en ninguna parte es desgarrador. Tus manos, la silla de la esquina, la mosca frotando sus patas sobre la mesa... todo pierde su significado; se convierten en aterradores y amenazantes formas desconocidas. ¿Y qué puedes hacer entonces? Fácil. Abrir la nevera y coger cualquier cosa. Queso, por ejemplo. Ponerte delante de un espejo y engullirlo con avidez sin parpadear mientras recuerdas lo que era estar vivo y tener sueños. Como si te contaras a ti mismo una historia que desconocías. Entonces el cristal no tarda en empañarse, y sobre la humedad se va formando una frase que te suena, como un eco lejano; como un “eres la única persona que pensé que jamás me haría daño” entre sollozos, o un “no” ronco y agudo que se desliza por el pasamanos desde un tercer piso. ¿Y ahora? Ahora las paredes del cuarto de baño se comban cobrando vida, los objetos se hacen blandos, se oye un pitido que va subiendo paulatinamente de volumen y antes de que tus ojos se desagan en una masa informe miras tus manos, las que antaño acariciaban, las mismas que se desacen digeridas en esa habitación – estómago. Y ya no tienes miedo. Porque te invade la pena al saber que esas manos no podrán acariciar nunca más. Y desapareces ante el último "TE LO ADVERTÍ".

Vaho (2ª parte)

Vaho (2ª parte) -3° Mensaje

En esos momentos el decir a alguien o no lo que estaba pasando era secundario. Lo realmente preocupante era que no había explicación posible a ese fenómeno. Me senté en la taza del wáter y comencé a morderme las uñas mientras mi mente bullía de actividad. Se me ocurrieron ideas ridículas, tales como que la bromista era la señora de la limpieza que habría utilizado un novedoso producto químico en el cristal que convertía el espejo en una especie de telesketch, e inscribía las letras tumbada con un puntero láser desde la rendija inferior de la puerta. Lo que estaba claro es que nadie había entrado estando yo en la ducha y que en la escritura no había ni una sóla marca de lo que pudiera ser la huella de un dedo; ni tan siquiera de las mías, así que en cualquier caso el anónimo escritor se habría cubierto con una prenda o habría utilizado un objeto del grosor de la yema de un dedo para plasmar su siniestro grafiti. Me fui vistiendo mientras el mensaje desaparecía junto a la humedad. Sentía la imperiosa necesidad de ir al cuarto de Frasquito totalmente seguro de su inocencia y contarle lo sucedido para ver si a él también le había pasado. Aun sin terminar de atribuir a la prohibición del espejo la muerte de Quique, el prisma negativo con que lo veo todo imperó y decidí disculparme por no ver con él Blade Runner e irme a mi cuarto a pensar. No se lo contaría a nadie, al menos de momento. Incluso si respetaba la prohibición resultaba plausible que mi fantasmagórico y caprichoso comunicante se cansara de jugar. Me di un par de tortas para tranquilizarme y pasé a toda mecha por el cuarto de Frasquito para decirle que otra vez sería con una sonrisa forzada. Me miró raro un momento, me despidió y siguió viendo la peli que, entre la larga ducha, las pesquisas y las reflexiones estaba a punto de acabar. Cerré la puerta de mi habitación oyendo a mis espaldas a un fatuo Edward James Olmos que le decía a Harrison Ford: "Sabes que ella no puede vivir. Pero... ¿Quién vive?". Me entró el pánico al imaginar que si rompía la prohibición la siguiente víctima podría ser mi madre, o Raquel, mi ex. Aun con nuestras diferencias y soportándonos cada vez menos quería mucho a la vieja, y a pesar del dolor, de sus problemas y de su forma de ser siempre querré a Raquel; lo supe desde el momento en que la vi, hace ya tanto tiempo. Apoyé la espalda en la misma puerta y me llevé las manos a la cara llorando de tensión y rabia. ¿Y si Quique estaba muerto por mi culpa? ¿Las prohibiciones caducaban tras un plazo de tiempo o permanecían para siempre? ¿Y si aparecían más tan ridículas como la primera que las rompes sin darte cuenta o realmente imposibles de cumplir como que no respire? ¿Habría represalias si quebrantaba una antes de que me llegara el mensaje? ¿Cuál era el motivo y quién o qué querría joderme de esa manera, más aún de lo que ya estaba por mi misma mismidad? Entre mil y un disquisiciones acabó entrándome sueño y me quedé dormido más tranquilo, pareciéndome todo el asunto bastante ridículo y atribuyendo mis paranoias al golpe de la muerte de Quique, que si bien no había exteriorizado me hacía enlutecer por dentro.

Hay un proverbio chino que reza: "Si eres paciente en un momento de ira escaparás a cien días de tristeza". Dejando a un lado el que yo no soy de China y mis cien días apuntaran a cien años el proverbio era bien cierto. Todos cometemos errores, sobre todo en estados alterados de ánimo cuando no sabemos ni por dónde nos da el aire. Cometí el error de mi vida al humillar a Raquel en vez de ayudarla, y ahora que ya estaba destruido y me recluía para no hacer daño jamás a quien se me acercara volví a caer sin proponérmelo ese mismo sábado, tras una semana entera sin emitir ni una sóla palabra. Me pasé todo el viaje de vuelta a casa dormitando en el autobús y tomando la arriesgada decisión de hablar, aunque suene neurótico considerar un riesgo el decir "hola" a mi madre cuando abriera la puerta de casa. A fin de cuentas el mensaje decía simplemente que "no lo contara", y di por supuesto que lo que debía callarme era el misterioso caso del espejo cervantino. Estudié toda la madrugada del viernes y el sábado me desperté al mediodía con un bullicio al que hace mucho que no estaba acostumbrado; teníamos visita. Un matrimonio amigo de mis padres desde que se conocieron en unas vacaciones en Austria pasaba por la ciudad por un asunto familiar y nos venían a saludar. Ya se sabe cómo son estas visitas; ni los anfitriones ni los huéspedes pueden escabullirse del compromiso de quedarse a comer. Y se quedaron. Venían con su hijo, un chaval algo más joven que yo con el que me llevaba bastante bien, quizás porque sólo nos veíamos una vez cada dos años y nos apalancábamos delante de mi ordenador a jugar al Civilization acompañados de un buen surtido de cervezas. Como no podía ser de otra manera tras la comida los dos nos escabullimos a mi habitación. No tardamos en ponernos eufóricos entre la cerveza y el haber bombardeado Washington en la pantalla y decidimos que aprovecharíamos su estancia ese fin de semana en la ciudad para irnos de juerga por la noche. No bebí demasiado; llevaba meses sin probar el alcohol por culpa del cual tanto daño causara en su día. Aun cuando pensaba que dejándolo iba a mejorar mi equilibrio mental no resultó efectivo; no tenia el mono pero si unas depresiones contundentes al enfrentarme sobrio al pasado y a la realidad. Algo que la cerveza al menos camuflaba. Esa falta de costumbre a la espumosa herencia de la familia Guinnes me hizo caer con apenas dos pintas en un estado de acelerada verborrea. Lo conté todo menos lo del segundo mensaje por una cobarde reflexión de que si se lo contaba a él y el espejo cumplía su amenaza, seria él la próxima víctima; y por muy bien que me cayese era muy poco probable que nos volviéramos a ver. No era una persona querida, si aparecía desangrado en el baño lo haría como una persona anónima, no como un amigo de toda la vida. Es increíble lo egoísta y cabrón que puede llegar a ser uno sin saberlo. Sólo hay que dejar el timón de la nave al subconsciente y esperar no despertar jamás. Pero siempre despiertas, como yo al día siguiente cuando las visitas ya se habían ido, dándome cuenta entonces de que había estado jugando con la vida de un buen tío que no tenia la culpa de mis problemas, ni era participe de ellos. Casi, casi como con Raquel. Me hundí de nuevo en la culpa. Nunca me he considerado una persona fuerte, pero mirando hacia atrás vi que me engañaba a mi mismo y que antes podía mover el mundo con un solo dedo; de hecho lo hacia. Era el rey con trono y toda la parafernalia; pero al perder a mi reina rompí mi corona y se pudrió mi reino. Con todos esos planes, proyectos, ideas. Con esas ganas de vivir, de ser feliz, de hacer felices a otros, de querer a alguien, de ser querido. Me di cuenta demasiado tarde. El yo gigante del pasado se había ido desvaneciendo durante el último año en una sombra enana y asustadiza que ahora podía ser responsable, si bien no culpable directo, de la muerte de una persona. También de la de Quique, pero aún no estaba lo suficientemente paranoico como para dejarme vencer por el mensaje en el espejo y cargar con una losa tan grande por el mero hecho de vaciar un cenicero que un estúpido mensaje me dijo que no vaciara. De todos modos, con mi carácter maníacodepresivo, no pude evitar algún titubeo al respecto.
Volví a la residencia muerto de miedo, pensando que mi mente no podría soportar otra muerte, sobre todo si el fenómeno paranormal del espejo es ya de por si como para perder el juicio y creerse Napoleón. Emulando a las víctimas de toda película de terror cuando abren la puerta tras la que hasta el espectador más tonto sabe que se esconde el asesino con el hacha no pude evitar la tentación de entrar en el cuarto de baño sin dejar siquiera el petate. Abrí el grifo al máximo de temperatura y hasta me encaramé al lavabo para echar el aliento sobre el espejo a ver si al menos se veía alguna letra. Nada.
El cristal se empañó sin rastro de inscripción alguna. Suspiré aliviado y me fui a mi habitación a recuperar las horas de sueño, no sin antes llamar a mi madre para el informe de rigor sobre mi vuelta al colegio mayor y la confirmación por su parte de que la presumible víctima había llegado a casa junto con sus padres. Todo volvía a la normalidad. Ya no cabía duda de que era un montaje de un bromista con dotes de prestidigitador; nada de fenómenos fantasmales. Alguien había entrado en mi cuarto mientras yo estaba en clase y se había dado cuenta de que había menos cáscaras en el cenicero, provocando el "te lo advertí". Pero no había manera de que se enterara de mi conversación etílica; eso me llevó a pensar en que debería estar atento a la gente que rondaba cerca la próxima vez que hablase con alguien y remover un poco la ropa y objetos que llevase encima por si me colaban un micrófono oculto. Los tipos de audiovisuales son unos jodidos enfermos perfectamente capaces de montar una versión esquizofrénica de Gran Hermano alrededor de mi vida y presentarlo como proyecto de fin de carrera. El susto, sin embargo, seguía presente y pasé de ducharme tanto esa noche como al despertar a una nueva y tediosa semana, que día tras días volaba sin nuevos mensajes al salir de la ducha ni martes, ni miércoles... Y por si las moscas, el cenicero se quedó sin vaciar.

La mañana del jueves fue un tanto particular. Estaba resultando un Marzo muy frío y varios profesores habían pillado la gripe, de modo que toda la clase sucumbió a las cálidas y acogedoras tinieblas de las cafeterías circundantes al campus que eran auténticos "afters". No es extraño ver a profesores y alumnos desayunando platos combinados en un garito llamado La Baqueta, con dos televisores retransmitiendo la MTV a todo volumen, o fumando porros en los butacones del bar Maleaje; incluso viendo películas recién salidas en DVD en la pantalla gigante de La Gramola del Viejo Fausto (siempre me gustó el nombre de esa cafetería). Yo pasaba bastante de ver a gente feliz a mi alrededor y resolví seguir torturándome sentado en un banco del campus, jodido de frío, leyendo El lobo estepario de Hermman Hesse. Oí que alguien pronunciaba mi nombre; no levanté la mirada del libro sabiendo que era imposible que nadie quisiera nada de mí. Me equivoqué de nuevo. Una mano se apoyó en mi hombro. Era la buenorra de Iris, una antigua mejor amiga de mi ex; digo antigua porque ya no se hablan, nada que ver conmigo. Iris también estudia aquí aprovechando que sus tíos están forrados y tienen pisos en alquiler en muchas ciudades. Hace segundo de Medicina, así que nunca nos vemos. Es una tipa alta y espectacular que se echa a perder a propósito maqueándose en plan punk guarro. Raquel y yo teníamos la teoría de que se dejaba esas pintas extremas de víctima del punk para no tener una hilera de tíos babeantes en la chepa; ella lo niega, pero el que Sergio Dalma sea su cantante favorito la delata. Me preguntó qué tal estaba y yo le respondí que estaría mejor si mi madre hubiese abortado; un año sin comunicarse con alguien y sueltas las cosas con una sinceridad glacial, como si hablases contigo mismo. Es una tía con más huevos que el caballo de Espartero, al menos en la imagen que da al exterior, así que cuando ella se echó a reír y vio que yo no me inmutaba y bajaba la mirada de nuevo a la lectura apartó el libro y se me sentó encima apoyando sus brazos en mis hombros. «Ya sabes el morbo que me dan los tíos solitarios y tortuosos como tú, muñeco, así que mi oferta sigue en pie», me dijo recordándome una noche de Mayo del pasado año en la que había sucedido la discusión con Raquel que acabó con su amistad. Por aquel entonces yo estaba en plena etapa autodestructiva de depresiones, barriles de cerveza y constantes ataques a Raquel cada vez que me cruzaba con ella por la calle los fines de semana. Un proceso que duraría cinco meses y acabaría con mi ex odiándome y la ruina deforme que ahora soy como resultado. Esa noche pues, discutieron, e Iris y yo nos encontramos en un bar y nos enrollamos. Ella llevaba una típica borrachera post-ruptura bastante considerable y me ofreció acostarme con ella; aún con la sensación de que le estaba siendo infiel a la que ni tan siquiera era ya mi novia y la poca sensualidad de su aspecto estuve a punto de sucumbir al atractivo animal que se escondía bajo los imperdibles, los parches y la ropa sucia y rota. Pero ella iba demasiado colocada y me puso como motivo que quería probar en la cama al chorbo del cual Raquel le había contado maravillas durante cinco años, mientras que con los tíos con los que me era infiel se aburría a los cinco minutos. Esas palabras me enfriaron y la rechacé. Quique, quien casualmente salió esa noche conmigo por los viejos tiempos, estaba presente y con el radar captando la conversación; me pegó un puñetazo en el estómago más tarde. «¿Tu sabes lo buena que está esa tía si le quitas toda la chatarra? Te arrepentirás de no haberte liado con ella; hasta podríais haber salido al menos para olvidarte de Raquel de una puta vez». Yo no le devolví el golpe y guardé silencio; no me apetecía intentar explicarle que ya no podría estar con ninguna mujer con la que no pudiera tirarme diez horas seguidas hablando. En verano apareció una que cumplía los requisitos, pero yo ya estaba demasiado tocado del ala y fracasó antes de empezar; fue ese segundo fracaso el que me abrió los ojos y consiguió estabilizarme. Estable en el lado oscuro.

Volví del mundo de los recuerdos al banco de los jardines del campus; Iris me miraba inquisitiva, esperando una respuesta. «El año pasado hubiera podido hacerlo... quizás, -le contesté-, pero ya no puedo estar con nadie». Ella se quedó muy sorprendida y se apartó poniéndose en pie. «¡Eh, que no te he pedido salir!», me dijo. Le hablé de la monstruosa estructura de miedos y complejos que había ido formando durante el último año, a lo que sólo pudo comentar que iba a hacer falta un equipo de demolición a destajo para derribarlo. Sonreí pensando para mis adentros que lo mismo que hay cosas que no pueden arreglarse, hay cosas que no se pueden destruir. El sorprendido fui yo en esta ocasión con su siguiente pregunta; quería saber porqué estaba así. No me podía creer que Raquel no hubiera contado a la que era su mejor amiga lo que había pasado; cómo tras la enésima infidelidad me prometió sin yo pedírselo que esta vez sería la última y entonces yo respiré profundamente y decidí tomarle la palabra por una vez; la única vez. Después me juró por sus lágrimas amor eterno. Y un mes después la pillé en la puerta del cine en el que habíamos quedado morreándose con otro. Y estallé... Lo único que me guardé para que no sirviera como excusa fue un detalle que a Raquel seguramente se le pasaría desapercibido, o quizás en su versión de lo sucedido sí lo hiciera, pero igualmente que recuerdo todo lo malo que hice también sé sin duda alguna que nunca le dije que nadie podría quererla, pero sí que lo iba a tener jodido para encontrar a alguien que estuviera dispuesto a hacer por ella lo que yo (y lo sigo pensando), incluyendo algo que suena tan fácil como cambiar en todo lo que ella considerase oportuno; y sobre todo, ni en los momentos de mayor rencor, jamás la llamé "puta". Jamás.
Iris me miró con dureza y reflexionó sobre lo que le había contado de una manera que no pensé que ella pudiera hacer: «El problema es que hasta los más calzonazos tenéis un punto en el que reventáis como una olla al rojo. Vosotros sois precisamente los más chungos. En cuanto a ella... bueno,me he tirado un lustro soportando vuestra cursilería y empalago y creo que te pasaste tres pueblos. Verás; la he visto llamarte llorando a las dos de la mañana porque te notaba triste, cómo se te quedaba mirando embobada o con muy mala leche a tías que se te acercaban; hasta me habló de cómo serían vuestros hijos. Pero ya te puedes hacer una idea de que como consecuencia de tu reacción o se ha olvidado o siente repulsión por esos sentimientos que tuvo hacia ti; hasta es probable que las cosas buenas las haya transformado en malas o las atribuya a alguna otra persona». La muy pájara no me estaba resultando precisamente de ayuda, que por cierto no le había pedido, así que me levanté para irme. Di un paso para alejarme de mas recuerdos y de unos pensamientos de los que intentaba huir con la lectura y ella me detuvo cogiéndome el brazo. «Dime. ¿Qué crees que hubiera pasado sí hubiera sido ella la que te hubiera pillado a ti poniéndole los cuernos cuando llevabais un año y no había manera de consolarla cada vez que cogías el autobús para venir aquí? ¿Crees que su reacción no hubiera sido incluso mas autodestructiva que la tuya por mucho que ahora pudiera negarlo? ¿No crees que esa Raquel de antaño se pondría triste sí te viera en este estado? Ya sabes lo sensible que es.» Sí, desde luego que lo sé, ¿pero de qué sirve? No iba a cambiar nada. E imaginarme esa hipotética situación me retraía a ella sufriendo de nuevo por mí culpa. Iris me soltó el brazo y me encaminé sin despedirme al colegio mayor para al menos afeitarme y tener un lugar cerrado donde lamentarme en silencio.

«¿Sabes lo malo que tenemos los que no creemos en Dios?- oí a mis espaldas,- Que tampoco podemos acudir a un diablo al que vender nuestra alma por aquello que anhelamos».

Tiré el libro y la mochila sobre mí cama y cogí la toalla y el neceser mecánicamente y me encerré en el cuarto de baño. Abrí el grifo de agua caliente del lavabo y me senté en el retrete para morderme las uñas y dejar que el sonido del agua colándose por el desagüe me relajara; aún quedaba una hora para la hora de comer. Lo que ocurrió desde que levanté la cabeza del cálido refugio de mis manos fue como un mal chiste; "van dos y se cae el del medio". Así de rápido, e igual de desterníllante. Miré al espejo empañado y se leía un grandioso "TE LO ADVERTÍ", luego no recuerdo nada hasta una imagen borrosa de Frasquíto y el conserje tomándome el pulso y hablando de ambulancias. De lo que pasó después no recuerdo absolutamente nada, aunque sé que estuve consciente. No hay otra manera de explicar que mí mente se desbloqueara y volviera a la realidad en un cementerio, con el sonido de la tierra cayendo a paladas sobre el ataúd de mí madre como un despertador infernal. Una vecina que se quedaba a comer en casa la encontró muerta en el lavabo cuando fue a comprobar cómo es que tardaba tanto, que se iba a pasar la paella. Se había tragado la lengua. Justo a la misma hora en que yo soltaba la mía con Iris sobre mí ex.

En la tercera parte... el desenlace.

Vaho

Vaho Vapor

"En mis pesadillas sucedió algo parecido a esto..."

-1° Mensaje-
Marzo, un miércoles. Último cuatrimestre del último año de carrera. Cuatro años eternos en una universidad atiborrada de pringados con camisetas del Che que creen poder cambiar el mundo a base de calimocho y de pasar resacosos curso tras curso alimentados por la burguesa cartera parental. Todos ellos ya tenían un puesto fijo por enchufe aunque acabaran la carrera a los treinta; una posibilidad muy real por otra parte. A otros, por el contrario, nos esperaba una larga caminata de oposiciones. Con esas perspectivas no era de extrañar que esa húmeda y lluviosa mañana de marzo lo primero que murmurara mientras me rascaba la frente fuese: "qué asco de puta vida".
De niño, en casa siempre me despertaba el primero para evitar atascos en el aseo y tomarme mi tiempo. Cada uno de los estudiantes tiene una pequeña celda individual y un cuarto de baño para cada cuatro.Ahora prefiero ducharme de noche, por eso de la pereza que da levantarse pronto, pero así habíamos dispuesto los turnos y aunque los dos compañeros que ocupaban la noche habían sido expulsados por un ligero problema de consumo de marihuana, ya me había acostumbrado a la mañana. Quitándome las legañas abrí el armario, cogí el neceser y me puse la toalla al hombro. Salí al pasillo no sin antes cagarme en todo del golpe que me acababa de dar en un tobillo con la pata de la mesita de noche, casi provocando la caída libre al suelo del cenicero con su bamboleante montaña de cáscaras de pipas (cosas de tener un cuarto diminuto) y me quedé un instante parado en la puerta, justo ante la habitación de Frasquito, para oír cómo una vez más se había quedado dormido con la televisión encendida. Repite segundo de biología y tiene ese apodo porque cuando se montan partidas de cartas suele beber pacharán que se sirve en un viejo frasco de melocotones en almíbar; es un tipo de lo más extraño.

Con Frasquito enfrascado en su almibarado mundo onírico no se auguraban discusiones del tipo "abre, coño, que me estoy cagando"; así pues, tranquilidad, mucha tranquilidad. Justo la necesaria para tomar una larga ducha de agua bien caliente; una de esas que hace sudar las paredes y que al abrir la mampara provoca que exhales vaho por todo el cuerpo como si estuvieras rodeado por un aura de energía blanquecina. Mientras dejaba que el agua golpeara mis pupilas hacía recuento de mi vida en los últimos meses y salvo los estudios, que iban viento en popa, nada marchaba como desearía. En cuatro años de Universidad no había conseguido hablarme más que con un par de personas de clase, mi padre había muerto y la que fuera mi novia de toda la vida se abría de piernas con cada fulano que le guiñaba un ojo. No había sido un buen comienzo de año, desde luego. Y peor iba a resultar el día si me obcecaba recordando los malos momentos. Aunque estar en la ducha fuese muy placentero me convenía apresurarme e ir a la ciudad universitaria para así poder diluir mis pensamientos en la marabunta estudiantil.
Salí de la ducha y comencé a secarme sin mucho ímpetu. Revolví el neceser en busca de la maquinilla y la espuma de afeitar y me coloqué ante el espejo dispuesto a pasar la mano por él para eliminar la condensación de agua, no era cuestión de rebanarme el cuello afeitándome, no al menos estando sobrio. Frené de golpe dejando mi mano en alto, como saludando a mi borroso reflejo, y contemplé extrañado lo que había escrito sobre la empañada superficie. No era el típico tres en raya que uno hace en las ventanas del autobús las frías mañanas de invierno, ni un "Pepe x Laura"; no. Se leía en perfectas mayúsculas: NO VACÍES EL CENICERO. Con su tilde en la "i" y todo.
"Curioso SMS", pensé; "¿y porqué cojones no tengo que vaciar el cenicero si ni siquiera fumo? Además, aunque fumase no habría nadie al que pudiera molestar el olor a tabaco". Esbocé una media sonrisa, no dejaba de ser una forma original de dejar un mensaje sin gastar dinero: empañar el espejo, escribir con un dedo sobre él, dejar que se desempañase sólo y esperar a que alguien volviera a ponerse al baño mana para que la escritura reapareciera; física elemental, sin tinta marca ACME. De todas maneras el contenido del mensaje no podía ser más estúpido aunque quizás, pensé, teniendo en cuenta el método empleado podría resultar ser un mensaje en clave. Borré la frase y sus aledaños con la palma de la mano y comencé a afeitarme mientras trataba de llegar a alguna conclusión satisfactoria sobre tan intrigante suceso (sí, mi vida es así de aburrida). Al aseo sólo tenemos acceso Frasquito y yo. La puerta tiene cerrojo y siempre está cerrada con llave; una pequeña norma interna de convivencia para evitar que los estudiantes se salten su turno colapsando baños de otros compañeros. Luego la resolución de la autoría podía cuajar pronto: la primera opción es que alguien que no fuese Frasquito hubiera accedido con ganzúa, llave maestra o duplicado de nuestras llaves con nocturnidad y alevosía para escribir el mensaje con o sin el consentimiento de mi compañero de pasillo. La segunda apuntaba al propio Frasquito, en un alarde de genialidad poco propia de él; aunque la extraña idiotez del mensaje, por otra parte, daba puntos a su favor. Dado que este año las matriculaciones habían sido escasas en la Universidad (la gente optaba más por cursos de formación profesional) había un bajo número de inquilinos en el edificio, de tal modo que yo formaba parte del único dueto habitante de la séptima y última planta. Y era difícil pensar que algún gracioso de los niveles inferiores se tomara la molestia de conseguir una llave, subir, entrar, escribir el insulso mensaje y salir pitando antes de las 6 de la mañana. Todo apuntaba a Frasquito, sobre todo teniendo en cuenta que es la única persona que ha entrado en mi cuarto y conoce mi costumbre de dejar el cenicero hasta arriba de restos de frutos secos. Ya le interrogaría a la noche. Por la primera letra del apellido le toca ir a clase por la tarde y apenas coincidimos casi de madrugada, y sólo cuando está demasiado cansado para ir a las partidas de cartas que organizan los imbéciles del equipo de rugby de la facultad de ciencias en su club, logia, o cómo coño lo llamen.

Pasaron las clases entre bostezos y apuntes tomados sin mucha gana. El segundo cuatrimestre acababa de empezar y ya tenía bastante materia avanzada desde Navidades, sin contar con la caña que le iba a meter a mis asignaturas más flojas en Semana Santa; nunca tengo gran cosa que hacer en mi tiempo libre, así que lo suelo dedicar a pasar apuntes a limpio una y otra vez hasta que se me quedan grabados o hacer los trabajos que nos mandan, que no son pocos. Siempre soy el primero en entregarlos, no porque pretenda quedar el primero de la clase ni nada por el estilo; simplemente me da mucha pereza ponerme con los deberes, así que los empiezo en cuanto nos los mandan para arrastrarlos el mínimo tiempo posible. Luego todo dios viene a pedirme que se los deje para fotocopiarlos y maquearlos. Y ahí acaba mi vida social; tampoco me quejo, no puedo integrarme entre una gente que me resulta incomprensible y desagradable en muchos aspectos; y juro que lo he intentado. Este último curso me estaba resultando relativamente fácil; éramos muy pocos los que no cargábamos con asignaturas pendientes de años anteriores y eso da una ventaja tranquilizadora. Por la tarde estudié y me eché una leve siesta antes de la cena esperando encontrarme con Frasquito en el comedor para un ligero interrogatorio. En efecto allí estaba, devorando unos sanjacobos con pinta de haber servido como suela de las sandalias de Atila, y puso una cara muy cómica cuando le pregunté si había usado el baño por la noche a lo que me respondió que había entrado en su cuarto justo cuando sonaba mi despertador y que se había echado a dormir sin quitarse la ropa de pura borrachera y cansancio, incluso se había dejado la llave del cuarto de baño en el cajón de su mesita de noche. De la tajada que llevaba no se acordaba de donde la había metido y tuvo que echar la última meada por la ventana del pasillo que da a la parte trasera del edificio; un chorro amarillo de siete pisos de altura, todo un espectáculo. Le creí sin ningún resquicio de duda. El primer martes de cada mes los veteranos del club de rugby de ciencias invitan a las nuevas generaciones a una gran cogorza en plan fiesta americana de fin de curso y Frasquito es fijo en todas. Lo de la meada sonaba también muy característico de él; y al igual que es tan extravagante con su puñetero frasco me consta que también lo es con otras cosas, entre ellas el cuarto de baño. Que le prestara a alguien su llave era posible, pero poco probable. Seguía pues el misterio, aunque ahora mi único y principal sospechoso tenia coartada.
Terminé de cenar y me fui a mi cuarto a ver la tele portátil que me habían regalado mis abuelos por Reyes. En ese momento debía estar abstraído del todo porque abrí una bolsa de pipas, vacié el cenicero y me tumbé en la cama. Me di cuenta de que había roto la estrafalaria prohibición del espejo mucho más tarde, justo antes de apagar la tele y quedarme dormido encogiéndome de hombros, sin darle ninguna importancia a tal hecho.
A la mañana siguiente volví a ducharme sin ni siquiera acordarme del puñetero espejo. Pero si consideraría el asunto con mayor gravedad cuando después de ducharme, de nuevo, me encontré con una nueva frase escrita sobre el húmedo cristal: TE LO ADVERTÍ.

-2° Mensaje

Es cierto, me lo advirtió. Lo más extraño es que la tan manida frase de "te lo advertí" se suele pronunciar tras haber ejecutado una acción de castigo; o sea, tras soltar una torta. Sin embargo no había notado ese tortazo; incluso registré mi cuarto después de vestirme para ver si me habían robado algo pero todo estaba intacto y en su sitio. A fin de cuentas si el absurdo exigente misterioso tenia acceso al cuarto de baño podría perfectamente entrar en mi habitación. En tal caso lo habría hecho de noche, aprovechando que yo dormía; y no había otra manera de que supiera que había vaciado el cenicero unas horas antes. Suponer que lo vaciase era rizar demasiado el rizo en lo que ya se presumía como una broma kafkiana. De todos modos cuando volviera de clase a hacer el equipaje ya me encargaría de hacer una limpieza a fondo por si alguien me había instalado en la habitación un sistema de cámaras y micrófonos; no era cuestión de ponerse neura, pero nunca se sabe. Y cuando volviera de casa el domingo, haría una nueva revisión; así incluso tendría un hobby. El fin de semana iba a ser tan solitario y tedioso como cualquier día lectivo, pero al menos podría tragar comida decente y algo nuevo con lo que darle vueltas a la cabeza.

Por supuesto no asocié a la amenaza del espejo la muerte de Quique, mi viejo amigo del instituto, pero fue lo primero que oí al cruzar la puerta de casa esa noche. Mi madre no supo informarme muy bien de lo que había pasado; desde que murió mi padre apenas podía juntar dos frases seguidas sin que pareciera tener un retraso mental severo. Es duro decirlo con esta crudeza, pero su repentina incapacidad de expresión resultaba enervante y con mi habitual acritud de huraño me encerraba en mi cuarto cuando intentaba hablar conmigo o la mandaba directamente a la mierda para que me dejara enpaz. Luego me arrepentía cuando echaba un vistazo escondido tras la puerta del salón y la veía llorando, pero no puedo evitarlo. Es lo que tiene la soledad, te hace irritable hasta el extremo de no poder luchar contra ti mismo.
La abuela de Quique se lo encontró muerto en el cuarto de baño, pero no habían trascendido las causas de la muerte, así que todo eran rumores sobre una supuesta sobredosis. Una muerte extraña de la que no tenía muchas ganas de saber nada. Hacía tres años que no salía de juerga con Quique y aunque nuestras madres mantenían el contacto nos habíamos distanciado mucho. Mientras yo avanzaba en una lenta agonía existencial Quique se había estancado en la adolescencia y se perjudicaba con farlopa. Tenía los sesos demasiado cocidos para mi gusto; más incluso que yo, que no es poco. Mi ventaja con respecto a él es que yo no necesitaba gastarme una pasta y jugarme una condena por posesión de drogas. La suya, que siempre estaba tan colgado que no tenía que sufrir la realidad. Una realidad de desarraigo e inconformismo en una sociedad y en un momento que nos resultaban hostiles e incomprensibles. Éramos demasiado solitarios, demasiado pesimistas, demasiado iguales. Lo suficientemente iguales como para amargarnos aún más el uno al otro. Incluso llegué a tener la esperanza de que las cosas cambiarían al separarnos cuando yo entrase en la Universidad y Quique se pusiera a dar tumbos de trabajo en trabajo. De poco o nada sirvió el cambio; él había virado clarisimamente a peor, y yo aunque en menor grado, también. No lloré su muerte, ni se me pasó por la cabeza ir al funeral ni al entierro; por fortuna mi madre estaba demasiado ida como para increparme por no querer ir y con la depresión que llevaba encima tampoco ella parecía muy por la labor de visitar cementerios. Me pasé todo el fin de semana viendo estúpidas películas de sobremesa sobre niños desbaratando planes de terroristas a base de tirachinas y reflexionando acerca del engendro cabrón e insensible en que me había ido convirtiendo paulatinamente.
Volviendo al colegio mayor el domingo, mientras el conductor del autobús dejaba al pasaje sordo con los goles retransmitidos por la radio, yo seguía recordando los buenos y malos ratos que pasamos Quique y yo. Y me vino a la mente lo que me dijo la última vez que hablé con él hacía unos pocos meses, delante de un café y estando menos drogado que de costumbre; mi ex acababa de dejarme la noche anterior y para intentar consolarme se tomó un leve descanso de sobriedad en el que estuvo frío y despiadado; sincero: «Piensa que al menos lo has intentado y te has roto los huevos todos estos años; pero no me gustaría estar en tu lugar. Porque tú, al igual que yo, eres un fracasado. Y lo sabes. Si no eres lo bastante bueno para las personas que quieres; si tu esfuerzo y lo que hay dentro de ti no sirve para hacerles felices... ¿qué eres? ¿de qué sirve lo que hagas o dejes de hacer? No eres nada, no sirve de nada. Todas las personas a las que has intentado hacer feliz te han repudiado, se han apartado de ti o te han abandonado; como a mí. Y por mucho que esas mismas personas digan lo caro que vales, la cantidad de cosas buenas que tienes en la vida o te cuenten lo bueno buenísimo que eres serán tan sólo palabras, burdos intentos de que no se te quede en la espalda la marca de la herradura al recibir la coz. El mero hecho de que te dejen tirado cuando ya no te queda más sangre que dar por ellos es una prueba irrefutable; y más extrema es la sensación de vacío cuando les preguntas qué has hecho mal, cuáles son esas cosas que supuestamente tienes o cómo es que siendo tan bueno te expulsan de su vida y su única respuesta es negar con la cabeza encogiéndose de hombros. Porque no saben qué contestar; porque esas excusas abstractas se resumen en "bueno, bonito y barato", una simple frase hecha; porque no pueden sustentar el dejarte tirado con razones; porque todo es un engaño. Todo se queda en una mentira piadosa que no son capaces de explicar. Hay personas que lo aceptan y pueden salir a flote, sobre todo si saben de qué flanco les ha llegado la puñalada: una persona mejor, una discusión muy fuerte, un grupo de amigos más chachis, un trabajo que te cagas, o la distancia como es nuestro caso por tus estudios... y mi adicción; no te culpo, pero me jode que las cosas se hayan enfriado tanto, aunque como ya te digo son razones de verdad, comprensibles y tal. Eso sí, también están los que como tú y yo se tocan y notan sangre por todas partes pero no encuentran el boquete de la herida, y se van hundiendo lenta e inexorablemente en el pozo de la desesperanza. Pierden la confianza en sí mismos y no pueden volver a acercarse a otras personas por el riesgo de padecer y hacer daño. Y en caso de que aún queden fuerzas para seguir en pie se acaban desvaneciendo en el axioma de que por mucho que te insistan no tienes pruebas que rebatan la realidad de que eres mala persona, que no vales un pimiento y que no tienes nada en la vida. La mayor razón que existe para luchar es por uno mismo, y yo al menos no le veo sentido a sacar algo adelante si ese algo soy yo. Yo; que en todos estos años ha quedado claro que ni soy buen tío, ni valgo para nada y que lo único que tengo en la vida es el mono de trabajo y una silla de camping en el desván para pasar los bajones de farlopa sin que se enteren mis viejos. Así está el tema, tronco. Y a pesar de todo tú sigues teniendo arrebatos de esperanza y delirios de poder ser feliz. Me das risa, me das pena, y sobre todo me das envidia. En fin, si existe la reencarnación debimos hacer algo terrible en nuestras vidas pasadas porque estamos pagando de lo lindo. Y lo que nos queda. La vida es mierda, macho; es mierda.».

Entré en mi cuarto con una sonrisa melancólica; al fin Quique había alcanzado el Nirvana. Dejé la mochila en el suelo, ya organizaría las cosas por la mañana. Me puse ropa más cómoda y cogí el móvil para llamar a mi madre y decirle que había llegado a destino sin ningún percance. La noté un tanto nerviosa y le pregunté qué pasaba. Lo que me contó fue bastante inquietante; se había enterado de que iban a tardar más tiempo del previsto en enterrar a Quique. En la autopsia habían determinado que no había muerto de sobredosis; es más, llevaba unas semanas desenganchado, con un trabajo cojonudo (que no pregunté cuál era) y parece ser que estaba saliendo con una estudiante de Bellas Artes. Tras 22 años de estar en el arroyo Quique había cumplido su condena por aquello que hiciera en sus anteriores reencarnaciones y entraba en el camino de la felicidad, camino que pudo andar muy poco. Como él me decía muchas veces las desgracias nunca vienen solas, y cada vez vienen a peor y en el momento más inoportuno. Quizá por eso mi padre murió al día siguiente de esa última conversación, tres días después de que mi novia me dejara tras cinco años, consintiendo sus infidelidades como un perro sumiso. Y quizá por eso Quique estaba ahora muerto. Me produjo una gran frustración saberlo e imaginar que la beethoveniana "finita est comaedia" que tenía pensado pronunciar al morir podría haberse tornado en un "quiero vivir"; y un estado leve de ansiedad cuando mi madre dijo con su cada vez más habitual forma telegráfica de hablar: «Estaba limpio, y no creen que haya muerto por las secuelas de lo que tomaba. Su abuela creyó que se había suicidado; ella estaba en la salita viendo la tele y oyó ruidos raros del baño. Quique estaba en la ducha para salir con la novia, entonces la abuela abrió la puerta y Quíque estaba blanco tirado con mucha sangre por el suelo, rodeado del vapor de la ducha. El forense dice que ha debido tener una hemorragia interna grande, pero no saben la causa ni dónde se produjo. Es como si hubiera vomitado sangre hasta morir. Como si se hubiera vaciado».
Vaciado. Como el cenicero. No, demasiado absurdo y rebuscado. Nadie seria tan audaz de planear una muerte que ni los médicos se podían explicar, anunciándola con doble tirabuzón y de remate en plan vengativo hacia mí, pobre pringado, por algo tan chorra como vaciar un cenicero de cáscaras de pipas. Pero la verdad es que al oír esa palabra sentí un ligero hormigueo de desagrado. Cuando colgué el teléfono miré el cenicero, lleno de nuevo por la bolsa que me zampé la noche del miércoles con repulsión; por culpa del puto mensaje y la coincidencia con la muerte de Quique iba a tener una nueva manía, superstición o como quiera llamarse. Estaba cansado del viaje y me apetecía una ducha, así que aprovechando que el turno de noche estaba libre llamé a la habitación de Frasquito y le pregunté si tenía previsto usar el cuarto de baño para poder darme una ducha larga y reparadora. "Tranqui, tómate tu tiempo, cuando salgas si eso te vienes y vemos Blade Runner, que acaba de empezar", me contestó. Le dije que me parecía buena idea y cogiendo los útiles de baño entré en el aseo y cerré la puerta dejando la llave en la cerradura para atrancar el cerrojo.

Por supuesto la sensación morbosa de saber si alguien había dejado un mensaje nuevo en el espejo fue superior a mí y no pude evitar abrir el grifo del lavabo y empañar el cristal. No tardó mucho en empañarse; y para mi tranquilidad, en empañarse del todo. Sin letras ni huellas de ningún tipo. La señora de la limpieza había hecho un buen trabajo ese sábado. Como una especie de acto de rebeldía llevé el dedo índice a la superficie plana y marqué un jovial "ME LA VAS A COMER A DOS PAPOS, CAPULLO". Las letras las tuve que hacer pequeñitas, pero se entendía a la perfección. Ya más relajado y centrando mis pensamientos en los viejos tiempos, cuando Quique aún vivía, me senté en el bidé a cortarme las uñas mientras el espejo se iba desempañando lentamente.
Entré en la ducha, puse el agua muy caliente y me senté en posición fetal recostado contra la pared, dejando que el agua resbalara por mi cuerpo. Perdí la noción del tiempo. Cuando salí el ruido de las gotas fue sustituido por la tele de Frasquito; Harrison Ford se estaba tirando el rollo ante Sean Young y sonaba la de "One more kiss". Me puse a silbar la melodía mientras me secaba y pasé al puñetero pero necesario deber de afeitarme; nunca he soportado llevar barba más de tres días seguidos y si no lo hacía en ese instante iba a pasarme todas las clases del lunes rascándome la cara. Eché un rápido vistazo al espejo antes de repetir el gesto de borrar el mensaje, agradeciendo que esta vez la letra fuera mía. Sin embargo no lo era. Era otra letra distinta. Es más, de lo que yo había escrito minutos antes no quedaba ni rastro. Me quedé mirando con la boca abierta y sentí como si de repente el mundo se hubiera parado. Tan sólo se movían las gotas de agua que caían de mi nariz y golpeaban con un sonido sordo la toalla en el suelo y suaves volutas de vapor que ascendían en expansión; hasta la canción se me quedó congelada en el cerebro. "One more kiss dear, one more sigh... sigh... sigh... sigh". Salté como un resorte y me giré en dirección a la puerta; el cerrojo, la llave; todo tal como lo había dejado. Las paredes, las esquinas, el retrete, el extractor de humo; cada cosa en su sitio. Sin ninguna abertura por donde alguien pudiera colarse con tal sigilo que no lo oyera. Revisé el espejo desencajando del marco, golpeé con el nudillo cada baldosa... y nada. No había truco. Pero lo más escalofriante y pasado de ácido era el nuevo mensaje: NO SE LO CUENTES A NADIE.

Hasta aquí la primera parte por eso del espacio y que resulte medianamente legible; en breve colgaré la segunda parte y así doy sensación de tensión e intriga (El tempo es el tempo) . Creo que me ha salido bastante curradete, aunque digno de un buen fajo de correcciones. Me interesan MUCHO críticas, opiniones, etc.

I. Heracles - Echando un pulso al trueno

¡Menudo héroe de la patata! ¿Sabes que casi me quedo en el paro por su culpa? Héroe... ¡bah! ¡Qué coño sabrá la prensa lo que es un héroe! Por la cara que pones veo que sabes a quién me refiero. Ese mamón musculoso, el niño bonito del alcalde y ciudadano modélico que salió en la portada del Sports Ilustrated pasó por aquí y armó un Belén curioso, ¿no lo sabías? Seguramente sí. Aunque el asunto haya sido vetado en los medios es un secreto a voces, como casi todas las cosas que tienen que ver con este lugar, con el jefe, y con su familia, que a fin de cuentas es la que controla el cotarro en esta maldita ciudad desde sus inmensos despachos en los rascacielos de la zona rica. Reconozco que de todas sus hazañas colarse en la fortaleza que es la residencia es la mayor de todas; aunque como el resto de sus supuestas proezas no tiene nada de heróico, o sea, de altruista.

Como te comentaba antes el jefazo es tremendamente poderoso, lo cual no quiere decir que sea el único pez en esta pecera ni quizá el más gordo; pero si estuviéramos en Sicilia en los años 30 él sería sin duda el Padrino. Y como todo buen jefe mafioso tiene excelentes contactos y una cuenta en Suiza que se nutre de asuntos poco legales. No quiero ponerme a hablar demasiado del gran jefe por el momento, para que no pierdas el hilo; pero es preciso que sepas cómo se las gasta su familia.
Él es el tercero de varios hermanos, todos hijos de un anciano y poderoso magnate. El viejo cerdo se aferraba al poder como un ave de presa al cuello de una liebre, y aunque se encontrase tan bien de salud que parecía que por él nunca pasara el tiempo no tenía ni la más mínima intención de que mi jefe y sus hermanos llegasen a heredar algún día. Tenía tanto miedo a perder todo su imperio que, en fin... digamos que pensó que podía haber algo mejor que ser enterrado con todo su dinero: Enterrarlos a ellos en una tumba bajo una lápida sin nombre. Mano dura, como un buen patriarca a la antigua. E hizo bien porque de tal palo tal astilla, ya sabes como es eso; los hijos salieron tan sedientos de poder y tan cabrones como el padre. Así que en cuanto vió que los tiernos querubines podrían ser un peligro para su reinado los engulló en su imperio financiero, cada uno a un sector y un trabajo que no les permitieran alcanzar el estatus ni el poder suficiente para derrocarle. Y estuvo a punto de salirle bien la jugada si su mujer no le hubiera traicionado, si es que se puede llamar traición velar por el bien de tus hijos, claro. El más joven de ellos es el que más alto apuntaba de todos y se le había destinado a un curro de mierda, de estos de andamio y maquinaria pesada en el que se te puede caer una grúa en la chepa. Sin embargo el viejo no tuvo esa suerte ya que su señora mandó en secreto al benjamín al extranjero aprovechando un despistado exceso de confianza de su marido, y a estudiar derecho nada menos. Puedes imaginarte cómo acabó el resto; el pequeño cerdo volvió licenciado y con corbata, sacó a sus hermanos de los grises puestos que ocupaban en la telaraña empresarial de su padre y se unieron para declararle inútil. ¡Y vaya si lo consiguieron!Le cortaron los huevos bien cortados al muy puto. Aunque para quedar bien con la opinión pública en vez de lanzarlo al arroyo le pusieron al cargo del gobierno de unas islas privadas en el trópico o por ahí, algo parecido a esta residencia pero en plan lujoso, con tías macizas y Cordon Bleau gran reserva; de uso y abuso exclusivo de la familia y sus más voraces defensores y lameculos. Ni que decir tiene que un lugar tan sospechosamente opulento se rige bajo la supervisión de mi jefe. ¿Puedes creer que el cabrón de viejo sigue vivo? Pues lo creas o no así es. En cuanto a los hijos, se repartieron el botín con menos complicaciones de las que se podría pensar. El flamante abogado se quedó como máximo accionista; y además tú le conoces, es nuestro omnipotente alcalde. No te preocupes, en la residencia no tendrás que sufrirle. Los otros dos más beneficiados fueron el mayor de todos los hermanos, que se quedó con el sector naviero y mi jefe, que se quedó con lo mejor y más divertido de todo: los bajos fondos.
Un momento. A ver si puedo encenderme el cigarro, que con la humedad que flota siempre sobre este dichoso río hasta las cerillas de fósforo de toda la vida se quedan inservibles.

Bien. ¿Qué coño tiene que ver la familia del jefe con el héroe aparte de ser parientes aun por línea ilegítima, no? Fácil. Al ser una familia tan numerosa que nadie sabe cuántos son entre hermanos, primos, nueras y demás hay muchos cotilleos de portería, muchas envidias y rencores. Y sobre todo muchísima mala leche. En serio, tío; no paran de putearse constantemente. Si yo te contara las bragas, y hasta calzoncillos, que ha roto el propio alcalde en plena cara de su mujer alucinarías. No, esos calzoncillos no pertenecen al puñetero héroe; también hay incesto en cantidades industriales en la historia de esta familia, pero no me imagino las barbas blancas del alcalde restregándose por los cuadriceps de su propio hijo, aunque este sea bastardo. Lo gracioso de las putadas que se hacen es que a veces surgen como simples apuestas en plan “la mía es más larga”, como es el caso que nos ocupa. Aunque la mayoría de ellas encierran la intención oculta de poner en su sitio al rival para que no tenga pretensiones de romper el equilibrio de poder.
El hijo predilecto del alcalde y por extensión de toda la ciudad no podía romper ese equilibrio siendo como era el cachondeo de la familia, porque cumple de pleno el cliché de los cachas hipertrofiados. En efecto, amigo; es tonto hasta decir basta. Y es por esa estupidez crónica por la cual no había manera de que encajase como alto cargo dentro del sistema ni por enchufe, de modo que el alcalde se mosqueó ante tanto cachondeo, sobre todo con mi jefe, que aunque jamás se le vea sonreír te garantizo que por dentro no para de partirse el culo de todo lo divino y lo humano. Ya has oído al alcalde en la tele cuando se enfada, suena como si se abrieran los cielos y rugiera un siroco apocalíptico. No viene mal dar una pequeña lección de vez en cuando; y por si las dos lecciones en una del alcalde son electrizantes, tres pueden dejarte hecho mierda; verás...

Era un día frío y sin viento, como todos los días por estos lares ¿O era de noche? Es igual. Desde el mismo punto en que cruzas la barrera de seguridad y coges el desvío a Los Muelles desaparece la luz del sol entre la bruma; es como si le diera a este lugar un matiz premonitorio, ¿no crees? El caso es que paseaba yo por la orilla del río, echándome un pitillo antes de comenzar la dura jornada laboral, pensando en cuántos clientes estarían esperando su turno, si habría alguna tía maciza o si de camino al trabajo me toparía, como suele ocurrir a menudo, con alguno de esos indolentes soplapollas que se quedan de pie mirando el río como una vaca al paso del tren o vagando por los eriales de la entrada. Te conté que había gente que no podía pagar el viaje, ¿no? Pues aunque sea relativamente barato hay quienes no tienen la pasta; también están los que sí pueden y su paso es vetado por los que mandan, o no se atreven a dar el paso, o lo que sea; hay gente para todo. Ellos son en general los que echan raíces entre los guijarros de la orilla. Su problema es que Los Muelles ya es territorio comanche, alto secreto, nene; y no podemos permitir que quien llega hasta aquí salga tan tranquilo, demasiados se han escapado ya como para hacer que el gran jefe se mosquee, y filtre al mundo exterior lo que se cuece en esta olla así que no tienen más huevos que quedarse. El jefe es paradójicamente caritativo al respecto y les permite la estancia en las lonjas anexas a Los Muelles. No es que intente hacerse el buen samaritano; pero le divierte tener a una masa ingente de personas apiñadas en la orilla lloriqueando. ¡No te escandalices! Te dije que era un maldito cabrón.
Sin embargo ese día, en mi paseíto de rutina, no me encontré con ninguno de esos ceporros sino con el Pastor; es el barman de Los Muelles y le llamamos así porque se encarga de mantener en reclusión al “rebaño” del jefe. No le busques un sentido religioso. Hasta yo mismo formo parte del ganado, aunque con mis privilegios, faltaría más.

- ¡Eh, viejo!- me dijó,- ¿Has visto algún cliente sospechoso?
- Pues la verdad es que no he visto a nadie, ¿por qué?- le contesté.

En ese instante supe que algo grave pasaba; el Pastor no deja sola la barra de Los Muelles así como así. Se colocó a mi izquierda y sacó tabaco. Mientras yo rebuscaba en mi gabardina la caja de cerillas él me explicó el problema.

- ¿Recuerdas a un par de tipos que llevaste a la otra orilla e iban escoltados por la guardia de korps del jefe?
- Por supuesto;- le respondí,- para mí todos los clientes son iguales, pero es tan poco habitual que vengan bajo la tutela de alguien de dentro que es imposible no acordarse de ellos.
- Pues escucha esto.- dijo mientras le encendía el cigarro ,- Parece ser que esos tíos son los futuros yernos del alcalde; unos nobles venidos a menos que quieren acercarse al acogedor fuego del poder.
- ¿Qué tiene eso de especial?- le repliqué mirando en derredor por si había oídos indiscretos,- El alcalde no tiene ninguna autoridad aquí y lo sabes. Además, ni que fueran los primeros capullos de las altas esferas que pasan por aquí.
- Sí, pero estos son diferentes.- me dijo bajando la voz hasta quedar en un susurro,- el jefe les ha traído a la fuerza.

Lógicamente yo me quedé estupefacto. Hasta aquí hay una serie de leyes no escritas y el jefe se las estaba pasando por el forro de los cojones por algún siniestro motivo; seguramente un golpe de mano en el juego de poder.

- Tú mantén los ojos abiertos,- me dijo acelerando el paso en dirección a las luces de neón de Los Muelles,- se rumorea que el alcalde ha montado en cólera y ha mandado espías con intención de montar un cirio del carajo con antidisturbios, gases lacrimógenos y el copón.
- ¡Hum! Es posible, pero un asalto de ese tipo abriría una guerra larga y sangrienta.- contesté,- De todos modos ocúpate de lo tuyo; ya daré parte si llega sonido de sirenas desde el desierto.
- De acuerdo.

Y se fue apretando el paso. Todo era muy raro; el jefe si bien es cierto que solía juguetear con asuntos que no le competen, nunca se había atrevido a tanta audacia. Además con el rival de mayor peligrosisad potencial. El tema parecía demasiado político y de final incierto como para romperse demasiado la cabeza pensando; de todos modos poco podríamos hacer desde esta orilla el Pastor y yo, que somos los únicos fijos de la empresa a este lado del río; en el otro tienen potencia y personal más que suficientes para aguantar un asedio.
Apuré mi cigarillo y lo tiré al suelo pensando “bah, si nos entran con tanquetas que nos aplasten rápido y punto”, y me vine directo a la lancha silbando. Iba yo sacando la llave de contacto cuando oí unos ruidos extraños como si estuvieran revolviendo los departamentos de cubierta y una voz juvenil pero potente que maldecía y juraba en hebreo sin pudor alguno a ser descubierto. Me acerqué con curiosidad imaginando que sería alguno de esos tarados de los que te he hablado antes con pretensiones de navegar hasta la residencia robándome la barca; cosa por otra parte imposible, ya que soy el único de fuera que conoce la dirección entre la niebla.
De vez en cuando hay algún idiota que intenta pasar a nado sin saber que este río desemboca en una laguna de camino a la residencia y que el agua está helada. Nadie lo ha conseguido nunca. No tenía muchas ganas de aguantar a imbéciles y desde luego ningún supuesto espía del alcalde sería tan tonto como para montar ese jaleo dentro del único medio de transporte que llega hasta la residencia, así que me subí a la lancha y me aproximé con sigilo; el tipo estaba agachado trasteando con una lona que tengo bajo uno de los asientos del pasaje, precisamente el mismo donde estás ahora sentado, y mascullaba entre dientes. Tenía pensado darle un susto de muerte, pero aún a oscuras ví que tenía una espalda gigantesca y preferí ser ligéramente más sutil. raspé una cerilla para encenderme un filtro y elevó ligeramente la cabeza.

- ¿Qué cojones se supone que haces en mi barca, oh, idiota?,- le dije.

El menda se pegó un buen susto y casi se cae redondo sobre la lona pero después se quedó inmóvil, como si estuviera frito o mejor: pensando.

- Oye, ¿me vas a decir que coño haces tú aquí de una puta vez o no?
- Yo... yo sólo estaba buscando los remos.- me contesta el tío.
- ¿Remos? Pero si esto es una lancha motora, subnormal.- le solté yo cabreado al ver que, en efecto, existía alguien tan exageradamente cretino que me hiciera sorprenderme de ello.- Muy bien, como veo que no sabes lo que haces te dejaré que salgas de MI barca sin partirte la cara. ¡Ahora largo!

Entonces el tío se dio la vuelta de golpe aprovechando que ya estaba en el suelo para no perder el equilibrio y caer al agua. Lo primero que distinguí fue su cara; le reconocí al instante. Así es, al fin aparece nuestro esperado héroe de los huevos. Lo segundo que ví llegó parejo con sus siguientes palabras. En sus manos, como una estrella lejana, brillaba el destello metálico del cañón de una pistola.

-Vale, colega;, tira el cigarro y ponte al volante o como se llame con lo que se maneja esto. Vas a llevarme al otro lado.

I. Heracles - Echando un pulso al trueno

¡Menudo héroe de la patata! ¿Sabes que casi me quedo en el paro por su culpa? Héroe... ¡bah! ¡Qué coño sabrá la prensa lo que es un héroe! Por la cara que pones veo que sabes a quién me refiero. Ese mamón musculoso, el niño bonito del alcalde y ciudadano modélico que salió en la portada del Sports Ilustrated pasó por aquí y armó un Belén curioso, ¿no lo sabías? Seguramente sí. Aunque el asunto haya sido vetado en los medios es un secreto a voces, como casi todas las cosas que tienen que ver con este lugar, con el jefe, y con su familia, que a fin de cuentas es la que controla el cotarro en esta maldita ciudad desde sus inmensos despachos en los rascacielos de la zona rica. Reconozco que de todas sus hazañas colarse en la fortaleza que es la residencia es la mayor de todas; aunque como el resto de sus supuestas proezas no tiene nada de heróico, o sea, de altruista.

Como te comentaba antes el jefazo es tremendamente poderoso, lo cual no quiere decir que sea el único pez en esta pecera ni quizá el más gordo; pero si estuviéramos en Sicilia en los años 30 él sería sin duda el Padrino. Y como todo buen jefe mafioso tiene excelentes contactos y una cuenta en Suiza que se nutre de asuntos poco legales. No quiero ponerme a hablar demasiado del gran jefe por el momento, para que no pierdas el hilo; pero es preciso que sepas cómo se las gasta su familia.
Él es el tercero de varios hermanos, todos hijos de un anciano y poderoso magnate. El viejo cerdo se aferraba al poder como un ave de presa al cuello de una liebre, y aunque se encontrase tan bien de salud que parecía que por él nunca pasara el tiempo no tenía ni la más mínima intención de que mi jefe y sus hermanos llegasen a heredar algún día. Tenía tanto miedo a perder todo su imperio que, en fin... digamos que pensó que podía haber algo mejor que ser enterrado con todo su dinero: Enterrarlos a ellos en una tumba bajo una lápida sin nombre. Mano dura, como un buen patriarca a la antigua. E hizo bien porque de tal palo tal astilla, ya sabes como es eso; los hijos salieron tan sedientos de poder y tan cabrones como el padre. Así que en cuanto vió que los tiernos querubines podrían ser un peligro para su reinado los engulló en su imperio financiero, cada uno a un sector y un trabajo que no les permitieran alcanzar el estatus ni el poder suficiente para derrocarle. Y estuvo a punto de salirle bien la jugada si su mujer no le hubiera traicionado, si es que se puede llamar traición velar por el bien de tus hijos, claro. El más joven de ellos es el que más alto apuntaba de todos y se le había destinado a un curro de mierda, de estos de andamio y maquinaria pesada en el que se te puede caer una grúa en la chepa. Sin embargo el viejo no tuvo esa suerte ya que su señora mandó en secreto al benjamín al extranjero aprovechando un despistado exceso de confianza de su marido, y a estudiar derecho nada menos. Puedes imaginarte cómo acabó el resto; el pequeño cerdo volvió licenciado y con corbata, sacó a sus hermanos de los grises puestos que ocupaban en la telaraña empresarial de su padre y se unieron para declararle inútil. ¡Y vaya si lo consiguieron!Le cortaron los huevos bien cortados al muy puto. Aunque para quedar bien con la opinión pública en vez de lanzarlo al arroyo le pusieron al cargo del gobierno de unas islas privadas en el trópico o por ahí, algo parecido a esta residencia pero en plan lujoso, con tías macizas y Cordon Bleau gran reserva; de uso y abuso exclusivo de la familia y sus más voraces defensores y lameculos. Ni que decir tiene que un lugar tan sospechosamente opulento se rige bajo la supervisión de mi jefe. ¿Puedes creer que el cabrón de viejo sigue vivo? Pues lo creas o no así es. En cuanto a los hijos, se repartieron el botín con menos complicaciones de las que se podría pensar. El flamante abogado se quedó como máximo accionista; y además tú le conoces, es nuestro omnipotente alcalde. No te preocupes, en la residencia no tendrás que sufrirle. Los otros dos más beneficiados fueron el mayor de todos los hermanos, que se quedó con el sector naviero y mi jefe, que se quedó con lo mejor y más divertido de todo: los bajos fondos.
Un momento. A ver si puedo encenderme el cigarro, que con la humedad que flota siempre sobre este dichoso río hasta las cerillas de fósforo de toda la vida se quedan inservibles.

Bien. ¿Qué coño tiene que ver la familia del jefe con el héroe aparte de ser parientes aun por línea ilegítima, no? Fácil. Al ser una familia tan numerosa que nadie sabe cuántos son entre hermanos, primos, nueras y demás hay muchos cotilleos de portería, muchas envidias y rencores. Y sobre todo muchísima mala leche. En serio, tío; no paran de putearse constantemente. Si yo te contara las bragas, y hasta calzoncillos, que ha roto el propio alcalde en plena cara de su mujer alucinarías. No, esos calzoncillos no pertenecen al puñetero héroe; también hay incesto en cantidades industriales en la historia de esta familia, pero no me imagino las barbas blancas del alcalde restregándose por los cuadriceps de su propio hijo, aunque este sea bastardo. Lo gracioso de las putadas que se hacen es que a veces surgen como simples apuestas en plan “la mía es más larga”, como es el caso que nos ocupa. Aunque la mayoría de ellas encierran la intención oculta de poner en su sitio al rival para que no tenga pretensiones de romper el equilibrio de poder.
El hijo predilecto del alcalde y por extensión de toda la ciudad no podía romper ese equilibrio siendo como era el cachondeo de la familia, porque cumple de pleno el cliché de los cachas hipertrofiados. En efecto, amigo; es tonto hasta decir basta. Y es por esa estupidez crónica por la cual no había manera de que encajase como alto cargo dentro del sistema ni por enchufe, de modo que el alcalde se mosqueó ante tanto cachondeo, sobre todo con mi jefe, que aunque jamás se le vea sonreír te garantizo que por dentro no para de partirse el culo de todo lo divino y lo humano. Ya has oído al alcalde en la tele cuando se enfada, suena como si se abrieran los cielos y rugiera un siroco apocalíptico. No viene mal dar una pequeña lección de vez en cuando; y por si las dos lecciones en una del alcalde son electrizantes, tres pueden dejarte hecho mierda; verás...

Era un día frío y sin viento, como todos los días por estos lares ¿O era de noche? Es igual. Desde el mismo punto en que cruzas la barrera de seguridad y coges el desvío a Los Muelles desaparece la luz del sol entre la bruma; es como si le diera a este lugar un matiz premonitorio, ¿no crees? El caso es que paseaba yo por la orilla del río, echándome un pitillo antes de comenzar la dura jornada laboral, pensando en cuántos clientes estarían esperando su turno, si habría alguna tía maciza o si de camino al trabajo me toparía, como suele ocurrir a menudo, con alguno de esos indolentes soplapollas que se quedan de pie mirando el río como una vaca al paso del tren o vagando por los eriales de la entrada. Te conté que había gente que no podía pagar el viaje, ¿no? Pues aunque sea relativamente barato hay quienes no tienen la pasta; también están los que sí pueden y su paso es vetado por los que mandan, o no se atreven a dar el paso, o lo que sea; hay gente para todo. Ellos son en general los que echan raíces entre los guijarros de la orilla. Su problema es que Los Muelles ya es territorio comanche, alto secreto, nene; y no podemos permitir que quien llega hasta aquí salga tan tranquilo, demasiados se han escapado ya como para hacer que el gran jefe se mosquee, y filtre al mundo exterior lo que se cuece en esta olla así que no tienen más huevos que quedarse. El jefe es paradójicamente caritativo al respecto y les permite la estancia en las lonjas anexas a Los Muelles. No es que intente hacerse el buen samaritano; pero le divierte tener a una masa ingente de personas apiñadas en la orilla lloriqueando. ¡No te escandalices! Te dije que era un maldito cabrón.
Sin embargo ese día, en mi paseíto de rutina, no me encontré con ninguno de esos ceporros sino con el Pastor; es el barman de Los Muelles y le llamamos así porque se encarga de mantener en reclusión al “rebaño” del jefe. No le busques un sentido religioso. Hasta yo mismo formo parte del ganado, aunque con mis privilegios, faltaría más.

- ¡Eh, viejo!- me dijó,- ¿Has visto algún cliente sospechoso?
- Pues la verdad es que no he visto a nadie, ¿por qué?- le contesté.

En ese instante supe que algo grave pasaba; el Pastor no deja sola la barra de Los Muelles así como así. Se colocó a mi izquierda y sacó tabaco. Mientras yo rebuscaba en mi gabardina la caja de cerillas él me explicó el problema.

- ¿Recuerdas a un par de tipos que llevaste a la otra orilla e iban escoltados por la guardia de korps del jefe?
- Por supuesto;- le respondí,- para mí todos los clientes son iguales, pero es tan poco habitual que vengan bajo la tutela de alguien de dentro que es imposible no acordarse de ellos.
- Pues escucha esto.- dijo mientras le encendía el cigarro ,- Parece ser que esos tíos son los futuros yernos del alcalde; unos nobles venidos a menos que quieren acercarse al acogedor fuego del poder.
- ¿Qué tiene eso de especial?- le repliqué mirando en derredor por si había oídos indiscretos,- El alcalde no tiene ninguna autoridad aquí y lo sabes. Además, ni que fueran los primeros capullos de las altas esferas que pasan por aquí.
- Sí, pero estos son diferentes.- me dijo bajando la voz hasta quedar en un susurro,- el jefe les ha traído a la fuerza.

Lógicamente yo me quedé estupefacto. Hasta aquí hay una serie de leyes no escritas y el jefe se las estaba pasando por el forro de los cojones por algún siniestro motivo; seguramente un golpe de mano en el juego de poder.

- Tú mantén los ojos abiertos,- me dijo acelerando el paso en dirección a las luces de neón de Los Muelles,- se rumorea que el alcalde ha montado en cólera y ha mandado espías con intención de montar un cirio del carajo con antidisturbios, gases lacrimógenos y el copón.
- ¡Hum! Es posible, pero un asalto de ese tipo abriría una guerra larga y sangrienta.- contesté,- De todos modos ocúpate de lo tuyo; ya daré parte si llega sonido de sirenas desde el desierto.
- De acuerdo.

Y se fue apretando el paso. Todo era muy raro; el jefe si bien es cierto que solía juguetear con asuntos que no le competen, nunca se había atrevido a tanta audacia. Además con el rival de mayor peligrosisad potencial. El tema parecía demasiado político y de final incierto como para romperse demasiado la cabeza pensando; de todos modos poco podríamos hacer desde esta orilla el Pastor y yo, que somos los únicos fijos de la empresa a este lado del río; en el otro tienen potencia y personal más que suficientes para aguantar un asedio.
Apuré mi cigarillo y lo tiré al suelo pensando “bah, si nos entran con tanquetas que nos aplasten rápido y punto”, y me vine directo a la lancha silbando. Iba yo sacando la llave de contacto cuando oí unos ruidos extraños como si estuvieran revolviendo los departamentos de cubierta y una voz juvenil pero potente que maldecía y juraba en hebreo sin pudor alguno a ser descubierto. Me acerqué con curiosidad imaginando que sería alguno de esos tarados de los que te he hablado antes con pretensiones de navegar hasta la residencia robándome la barca; cosa por otra parte imposible, ya que soy el único de fuera que conoce la dirección entre la niebla.
De vez en cuando hay algún idiota que intenta pasar a nado sin saber que este río desemboca en una laguna de camino a la residencia y que el agua está helada. Nadie lo ha conseguido nunca. No tenía muchas ganas de aguantar a imbéciles y desde luego ningún supuesto espía del alcalde sería tan tonto como para montar ese jaleo dentro del único medio de transporte que llega hasta la residencia, así que me subí a la lancha y me aproximé con sigilo; el tipo estaba agachado trasteando con una lona que tengo bajo uno de los asientos del pasaje, precisamente el mismo donde estás ahora sentado, y mascullaba entre dientes. Tenía pensado darle un susto de muerte, pero aún a oscuras ví que tenía una espalda gigantesca y preferí ser ligéramente más sutil. raspé una cerilla para encenderme un filtro y elevó ligeramente la cabeza.

- ¿Qué cojones se supone que haces en mi barca, oh, idiota?,- le dije.

El menda se pegó un buen susto y casi se cae redondo sobre la lona pero después se quedó inmóvil, como si estuviera frito o mejor: pensando.

- Oye, ¿me vas a decir que coño haces tú aquí de una puta vez o no?
- Yo... yo sólo estaba buscando los remos.- me contesta el tío.
- ¿Remos? Pero si esto es una lancha motora, subnormal.- le solté yo cabreado al ver que, en efecto, existía alguien tan exageradamente cretino que me hiciera sorprenderme de ello.- Muy bien, como veo que no sabes lo que haces te dejaré que salgas de MI barca sin partirte la cara. ¡Ahora largo!

Entonces el tío se dio la vuelta de golpe aprovechando que ya estaba en el suelo para no perder el equilibrio y caer al agua. Lo primero que distinguí fue su cara; le reconocí al instante. Así es, al fin aparece nuestro esperado héroe de los huevos. Lo segundo que ví llegó parejo con sus siguientes palabras. En sus manos, como una estrella lejana, brillaba el destello metálico del cañón de una pistola.

-Vale, colega;, tira el cigarro y ponte al volante o como se llame con lo que se maneja esto. Vas a llevarme al otro lado.