I. Heracles - Echando un pulso al trueno
¡Menudo héroe de la patata! ¿Sabes que casi me quedo en el paro por su culpa? Héroe... ¡bah! ¡Qué coño sabrá la prensa lo que es un héroe! Por la cara que pones veo que sabes a quién me refiero. Ese mamón musculoso, el niño bonito del alcalde y ciudadano modélico que salió en la portada del Sports Ilustrated pasó por aquí y armó un Belén curioso, ¿no lo sabías? Seguramente sí. Aunque el asunto haya sido vetado en los medios es un secreto a voces, como casi todas las cosas que tienen que ver con este lugar, con el jefe, y con su familia, que a fin de cuentas es la que controla el cotarro en esta maldita ciudad desde sus inmensos despachos en los rascacielos de la zona rica. Reconozco que de todas sus hazañas colarse en la fortaleza que es la residencia es la mayor de todas; aunque como el resto de sus supuestas proezas no tiene nada de heróico, o sea, de altruista.
Como te comentaba antes el jefazo es tremendamente poderoso, lo cual no quiere decir que sea el único pez en esta pecera ni quizá el más gordo; pero si estuviéramos en Sicilia en los años 30 él sería sin duda el Padrino. Y como todo buen jefe mafioso tiene excelentes contactos y una cuenta en Suiza que se nutre de asuntos poco legales. No quiero ponerme a hablar demasiado del gran jefe por el momento, para que no pierdas el hilo; pero es preciso que sepas cómo se las gasta su familia.
Él es el tercero de varios hermanos, todos hijos de un anciano y poderoso magnate. El viejo cerdo se aferraba al poder como un ave de presa al cuello de una liebre, y aunque se encontrase tan bien de salud que parecía que por él nunca pasara el tiempo no tenía ni la más mínima intención de que mi jefe y sus hermanos llegasen a heredar algún día. Tenía tanto miedo a perder todo su imperio que, en fin... digamos que pensó que podía haber algo mejor que ser enterrado con todo su dinero: Enterrarlos a ellos en una tumba bajo una lápida sin nombre. Mano dura, como un buen patriarca a la antigua. E hizo bien porque de tal palo tal astilla, ya sabes como es eso; los hijos salieron tan sedientos de poder y tan cabrones como el padre. Así que en cuanto vió que los tiernos querubines podrían ser un peligro para su reinado los engulló en su imperio financiero, cada uno a un sector y un trabajo que no les permitieran alcanzar el estatus ni el poder suficiente para derrocarle. Y estuvo a punto de salirle bien la jugada si su mujer no le hubiera traicionado, si es que se puede llamar traición velar por el bien de tus hijos, claro. El más joven de ellos es el que más alto apuntaba de todos y se le había destinado a un curro de mierda, de estos de andamio y maquinaria pesada en el que se te puede caer una grúa en la chepa. Sin embargo el viejo no tuvo esa suerte ya que su señora mandó en secreto al benjamín al extranjero aprovechando un despistado exceso de confianza de su marido, y a estudiar derecho nada menos. Puedes imaginarte cómo acabó el resto; el pequeño cerdo volvió licenciado y con corbata, sacó a sus hermanos de los grises puestos que ocupaban en la telaraña empresarial de su padre y se unieron para declararle inútil. ¡Y vaya si lo consiguieron!Le cortaron los huevos bien cortados al muy puto. Aunque para quedar bien con la opinión pública en vez de lanzarlo al arroyo le pusieron al cargo del gobierno de unas islas privadas en el trópico o por ahí, algo parecido a esta residencia pero en plan lujoso, con tías macizas y Cordon Bleau gran reserva; de uso y abuso exclusivo de la familia y sus más voraces defensores y lameculos. Ni que decir tiene que un lugar tan sospechosamente opulento se rige bajo la supervisión de mi jefe. ¿Puedes creer que el cabrón de viejo sigue vivo? Pues lo creas o no así es. En cuanto a los hijos, se repartieron el botín con menos complicaciones de las que se podría pensar. El flamante abogado se quedó como máximo accionista; y además tú le conoces, es nuestro omnipotente alcalde. No te preocupes, en la residencia no tendrás que sufrirle. Los otros dos más beneficiados fueron el mayor de todos los hermanos, que se quedó con el sector naviero y mi jefe, que se quedó con lo mejor y más divertido de todo: los bajos fondos.
Un momento. A ver si puedo encenderme el cigarro, que con la humedad que flota siempre sobre este dichoso río hasta las cerillas de fósforo de toda la vida se quedan inservibles.
Bien. ¿Qué coño tiene que ver la familia del jefe con el héroe aparte de ser parientes aun por línea ilegítima, no? Fácil. Al ser una familia tan numerosa que nadie sabe cuántos son entre hermanos, primos, nueras y demás hay muchos cotilleos de portería, muchas envidias y rencores. Y sobre todo muchísima mala leche. En serio, tío; no paran de putearse constantemente. Si yo te contara las bragas, y hasta calzoncillos, que ha roto el propio alcalde en plena cara de su mujer alucinarías. No, esos calzoncillos no pertenecen al puñetero héroe; también hay incesto en cantidades industriales en la historia de esta familia, pero no me imagino las barbas blancas del alcalde restregándose por los cuadriceps de su propio hijo, aunque este sea bastardo. Lo gracioso de las putadas que se hacen es que a veces surgen como simples apuestas en plan la mía es más larga, como es el caso que nos ocupa. Aunque la mayoría de ellas encierran la intención oculta de poner en su sitio al rival para que no tenga pretensiones de romper el equilibrio de poder.
El hijo predilecto del alcalde y por extensión de toda la ciudad no podía romper ese equilibrio siendo como era el cachondeo de la familia, porque cumple de pleno el cliché de los cachas hipertrofiados. En efecto, amigo; es tonto hasta decir basta. Y es por esa estupidez crónica por la cual no había manera de que encajase como alto cargo dentro del sistema ni por enchufe, de modo que el alcalde se mosqueó ante tanto cachondeo, sobre todo con mi jefe, que aunque jamás se le vea sonreír te garantizo que por dentro no para de partirse el culo de todo lo divino y lo humano. Ya has oído al alcalde en la tele cuando se enfada, suena como si se abrieran los cielos y rugiera un siroco apocalíptico. No viene mal dar una pequeña lección de vez en cuando; y por si las dos lecciones en una del alcalde son electrizantes, tres pueden dejarte hecho mierda; verás...
Era un día frío y sin viento, como todos los días por estos lares ¿O era de noche? Es igual. Desde el mismo punto en que cruzas la barrera de seguridad y coges el desvío a Los Muelles desaparece la luz del sol entre la bruma; es como si le diera a este lugar un matiz premonitorio, ¿no crees? El caso es que paseaba yo por la orilla del río, echándome un pitillo antes de comenzar la dura jornada laboral, pensando en cuántos clientes estarían esperando su turno, si habría alguna tía maciza o si de camino al trabajo me toparía, como suele ocurrir a menudo, con alguno de esos indolentes soplapollas que se quedan de pie mirando el río como una vaca al paso del tren o vagando por los eriales de la entrada. Te conté que había gente que no podía pagar el viaje, ¿no? Pues aunque sea relativamente barato hay quienes no tienen la pasta; también están los que sí pueden y su paso es vetado por los que mandan, o no se atreven a dar el paso, o lo que sea; hay gente para todo. Ellos son en general los que echan raíces entre los guijarros de la orilla. Su problema es que Los Muelles ya es territorio comanche, alto secreto, nene; y no podemos permitir que quien llega hasta aquí salga tan tranquilo, demasiados se han escapado ya como para hacer que el gran jefe se mosquee, y filtre al mundo exterior lo que se cuece en esta olla así que no tienen más huevos que quedarse. El jefe es paradójicamente caritativo al respecto y les permite la estancia en las lonjas anexas a Los Muelles. No es que intente hacerse el buen samaritano; pero le divierte tener a una masa ingente de personas apiñadas en la orilla lloriqueando. ¡No te escandalices! Te dije que era un maldito cabrón.
Sin embargo ese día, en mi paseíto de rutina, no me encontré con ninguno de esos ceporros sino con el Pastor; es el barman de Los Muelles y le llamamos así porque se encarga de mantener en reclusión al rebaño del jefe. No le busques un sentido religioso. Hasta yo mismo formo parte del ganado, aunque con mis privilegios, faltaría más.
- ¡Eh, viejo!- me dijó,- ¿Has visto algún cliente sospechoso?
- Pues la verdad es que no he visto a nadie, ¿por qué?- le contesté.
En ese instante supe que algo grave pasaba; el Pastor no deja sola la barra de Los Muelles así como así. Se colocó a mi izquierda y sacó tabaco. Mientras yo rebuscaba en mi gabardina la caja de cerillas él me explicó el problema.
- ¿Recuerdas a un par de tipos que llevaste a la otra orilla e iban escoltados por la guardia de korps del jefe?
- Por supuesto;- le respondí,- para mí todos los clientes son iguales, pero es tan poco habitual que vengan bajo la tutela de alguien de dentro que es imposible no acordarse de ellos.
- Pues escucha esto.- dijo mientras le encendía el cigarro ,- Parece ser que esos tíos son los futuros yernos del alcalde; unos nobles venidos a menos que quieren acercarse al acogedor fuego del poder.
- ¿Qué tiene eso de especial?- le repliqué mirando en derredor por si había oídos indiscretos,- El alcalde no tiene ninguna autoridad aquí y lo sabes. Además, ni que fueran los primeros capullos de las altas esferas que pasan por aquí.
- Sí, pero estos son diferentes.- me dijo bajando la voz hasta quedar en un susurro,- el jefe les ha traído a la fuerza.
Lógicamente yo me quedé estupefacto. Hasta aquí hay una serie de leyes no escritas y el jefe se las estaba pasando por el forro de los cojones por algún siniestro motivo; seguramente un golpe de mano en el juego de poder.
- Tú mantén los ojos abiertos,- me dijo acelerando el paso en dirección a las luces de neón de Los Muelles,- se rumorea que el alcalde ha montado en cólera y ha mandado espías con intención de montar un cirio del carajo con antidisturbios, gases lacrimógenos y el copón.
- ¡Hum! Es posible, pero un asalto de ese tipo abriría una guerra larga y sangrienta.- contesté,- De todos modos ocúpate de lo tuyo; ya daré parte si llega sonido de sirenas desde el desierto.
- De acuerdo.
Y se fue apretando el paso. Todo era muy raro; el jefe si bien es cierto que solía juguetear con asuntos que no le competen, nunca se había atrevido a tanta audacia. Además con el rival de mayor peligrosisad potencial. El tema parecía demasiado político y de final incierto como para romperse demasiado la cabeza pensando; de todos modos poco podríamos hacer desde esta orilla el Pastor y yo, que somos los únicos fijos de la empresa a este lado del río; en el otro tienen potencia y personal más que suficientes para aguantar un asedio.
Apuré mi cigarillo y lo tiré al suelo pensando bah, si nos entran con tanquetas que nos aplasten rápido y punto, y me vine directo a la lancha silbando. Iba yo sacando la llave de contacto cuando oí unos ruidos extraños como si estuvieran revolviendo los departamentos de cubierta y una voz juvenil pero potente que maldecía y juraba en hebreo sin pudor alguno a ser descubierto. Me acerqué con curiosidad imaginando que sería alguno de esos tarados de los que te he hablado antes con pretensiones de navegar hasta la residencia robándome la barca; cosa por otra parte imposible, ya que soy el único de fuera que conoce la dirección entre la niebla.
De vez en cuando hay algún idiota que intenta pasar a nado sin saber que este río desemboca en una laguna de camino a la residencia y que el agua está helada. Nadie lo ha conseguido nunca. No tenía muchas ganas de aguantar a imbéciles y desde luego ningún supuesto espía del alcalde sería tan tonto como para montar ese jaleo dentro del único medio de transporte que llega hasta la residencia, así que me subí a la lancha y me aproximé con sigilo; el tipo estaba agachado trasteando con una lona que tengo bajo uno de los asientos del pasaje, precisamente el mismo donde estás ahora sentado, y mascullaba entre dientes. Tenía pensado darle un susto de muerte, pero aún a oscuras ví que tenía una espalda gigantesca y preferí ser ligéramente más sutil. raspé una cerilla para encenderme un filtro y elevó ligeramente la cabeza.
- ¿Qué cojones se supone que haces en mi barca, oh, idiota?,- le dije.
El menda se pegó un buen susto y casi se cae redondo sobre la lona pero después se quedó inmóvil, como si estuviera frito o mejor: pensando.
- Oye, ¿me vas a decir que coño haces tú aquí de una puta vez o no?
- Yo... yo sólo estaba buscando los remos.- me contesta el tío.
- ¿Remos? Pero si esto es una lancha motora, subnormal.- le solté yo cabreado al ver que, en efecto, existía alguien tan exageradamente cretino que me hiciera sorprenderme de ello.- Muy bien, como veo que no sabes lo que haces te dejaré que salgas de MI barca sin partirte la cara. ¡Ahora largo!
Entonces el tío se dio la vuelta de golpe aprovechando que ya estaba en el suelo para no perder el equilibrio y caer al agua. Lo primero que distinguí fue su cara; le reconocí al instante. Así es, al fin aparece nuestro esperado héroe de los huevos. Lo segundo que ví llegó parejo con sus siguientes palabras. En sus manos, como una estrella lejana, brillaba el destello metálico del cañón de una pistola.
-Vale, colega;, tira el cigarro y ponte al volante o como se llame con lo que se maneja esto. Vas a llevarme al otro lado.
Como te comentaba antes el jefazo es tremendamente poderoso, lo cual no quiere decir que sea el único pez en esta pecera ni quizá el más gordo; pero si estuviéramos en Sicilia en los años 30 él sería sin duda el Padrino. Y como todo buen jefe mafioso tiene excelentes contactos y una cuenta en Suiza que se nutre de asuntos poco legales. No quiero ponerme a hablar demasiado del gran jefe por el momento, para que no pierdas el hilo; pero es preciso que sepas cómo se las gasta su familia.
Él es el tercero de varios hermanos, todos hijos de un anciano y poderoso magnate. El viejo cerdo se aferraba al poder como un ave de presa al cuello de una liebre, y aunque se encontrase tan bien de salud que parecía que por él nunca pasara el tiempo no tenía ni la más mínima intención de que mi jefe y sus hermanos llegasen a heredar algún día. Tenía tanto miedo a perder todo su imperio que, en fin... digamos que pensó que podía haber algo mejor que ser enterrado con todo su dinero: Enterrarlos a ellos en una tumba bajo una lápida sin nombre. Mano dura, como un buen patriarca a la antigua. E hizo bien porque de tal palo tal astilla, ya sabes como es eso; los hijos salieron tan sedientos de poder y tan cabrones como el padre. Así que en cuanto vió que los tiernos querubines podrían ser un peligro para su reinado los engulló en su imperio financiero, cada uno a un sector y un trabajo que no les permitieran alcanzar el estatus ni el poder suficiente para derrocarle. Y estuvo a punto de salirle bien la jugada si su mujer no le hubiera traicionado, si es que se puede llamar traición velar por el bien de tus hijos, claro. El más joven de ellos es el que más alto apuntaba de todos y se le había destinado a un curro de mierda, de estos de andamio y maquinaria pesada en el que se te puede caer una grúa en la chepa. Sin embargo el viejo no tuvo esa suerte ya que su señora mandó en secreto al benjamín al extranjero aprovechando un despistado exceso de confianza de su marido, y a estudiar derecho nada menos. Puedes imaginarte cómo acabó el resto; el pequeño cerdo volvió licenciado y con corbata, sacó a sus hermanos de los grises puestos que ocupaban en la telaraña empresarial de su padre y se unieron para declararle inútil. ¡Y vaya si lo consiguieron!Le cortaron los huevos bien cortados al muy puto. Aunque para quedar bien con la opinión pública en vez de lanzarlo al arroyo le pusieron al cargo del gobierno de unas islas privadas en el trópico o por ahí, algo parecido a esta residencia pero en plan lujoso, con tías macizas y Cordon Bleau gran reserva; de uso y abuso exclusivo de la familia y sus más voraces defensores y lameculos. Ni que decir tiene que un lugar tan sospechosamente opulento se rige bajo la supervisión de mi jefe. ¿Puedes creer que el cabrón de viejo sigue vivo? Pues lo creas o no así es. En cuanto a los hijos, se repartieron el botín con menos complicaciones de las que se podría pensar. El flamante abogado se quedó como máximo accionista; y además tú le conoces, es nuestro omnipotente alcalde. No te preocupes, en la residencia no tendrás que sufrirle. Los otros dos más beneficiados fueron el mayor de todos los hermanos, que se quedó con el sector naviero y mi jefe, que se quedó con lo mejor y más divertido de todo: los bajos fondos.
Un momento. A ver si puedo encenderme el cigarro, que con la humedad que flota siempre sobre este dichoso río hasta las cerillas de fósforo de toda la vida se quedan inservibles.
Bien. ¿Qué coño tiene que ver la familia del jefe con el héroe aparte de ser parientes aun por línea ilegítima, no? Fácil. Al ser una familia tan numerosa que nadie sabe cuántos son entre hermanos, primos, nueras y demás hay muchos cotilleos de portería, muchas envidias y rencores. Y sobre todo muchísima mala leche. En serio, tío; no paran de putearse constantemente. Si yo te contara las bragas, y hasta calzoncillos, que ha roto el propio alcalde en plena cara de su mujer alucinarías. No, esos calzoncillos no pertenecen al puñetero héroe; también hay incesto en cantidades industriales en la historia de esta familia, pero no me imagino las barbas blancas del alcalde restregándose por los cuadriceps de su propio hijo, aunque este sea bastardo. Lo gracioso de las putadas que se hacen es que a veces surgen como simples apuestas en plan la mía es más larga, como es el caso que nos ocupa. Aunque la mayoría de ellas encierran la intención oculta de poner en su sitio al rival para que no tenga pretensiones de romper el equilibrio de poder.
El hijo predilecto del alcalde y por extensión de toda la ciudad no podía romper ese equilibrio siendo como era el cachondeo de la familia, porque cumple de pleno el cliché de los cachas hipertrofiados. En efecto, amigo; es tonto hasta decir basta. Y es por esa estupidez crónica por la cual no había manera de que encajase como alto cargo dentro del sistema ni por enchufe, de modo que el alcalde se mosqueó ante tanto cachondeo, sobre todo con mi jefe, que aunque jamás se le vea sonreír te garantizo que por dentro no para de partirse el culo de todo lo divino y lo humano. Ya has oído al alcalde en la tele cuando se enfada, suena como si se abrieran los cielos y rugiera un siroco apocalíptico. No viene mal dar una pequeña lección de vez en cuando; y por si las dos lecciones en una del alcalde son electrizantes, tres pueden dejarte hecho mierda; verás...
Era un día frío y sin viento, como todos los días por estos lares ¿O era de noche? Es igual. Desde el mismo punto en que cruzas la barrera de seguridad y coges el desvío a Los Muelles desaparece la luz del sol entre la bruma; es como si le diera a este lugar un matiz premonitorio, ¿no crees? El caso es que paseaba yo por la orilla del río, echándome un pitillo antes de comenzar la dura jornada laboral, pensando en cuántos clientes estarían esperando su turno, si habría alguna tía maciza o si de camino al trabajo me toparía, como suele ocurrir a menudo, con alguno de esos indolentes soplapollas que se quedan de pie mirando el río como una vaca al paso del tren o vagando por los eriales de la entrada. Te conté que había gente que no podía pagar el viaje, ¿no? Pues aunque sea relativamente barato hay quienes no tienen la pasta; también están los que sí pueden y su paso es vetado por los que mandan, o no se atreven a dar el paso, o lo que sea; hay gente para todo. Ellos son en general los que echan raíces entre los guijarros de la orilla. Su problema es que Los Muelles ya es territorio comanche, alto secreto, nene; y no podemos permitir que quien llega hasta aquí salga tan tranquilo, demasiados se han escapado ya como para hacer que el gran jefe se mosquee, y filtre al mundo exterior lo que se cuece en esta olla así que no tienen más huevos que quedarse. El jefe es paradójicamente caritativo al respecto y les permite la estancia en las lonjas anexas a Los Muelles. No es que intente hacerse el buen samaritano; pero le divierte tener a una masa ingente de personas apiñadas en la orilla lloriqueando. ¡No te escandalices! Te dije que era un maldito cabrón.
Sin embargo ese día, en mi paseíto de rutina, no me encontré con ninguno de esos ceporros sino con el Pastor; es el barman de Los Muelles y le llamamos así porque se encarga de mantener en reclusión al rebaño del jefe. No le busques un sentido religioso. Hasta yo mismo formo parte del ganado, aunque con mis privilegios, faltaría más.
- ¡Eh, viejo!- me dijó,- ¿Has visto algún cliente sospechoso?
- Pues la verdad es que no he visto a nadie, ¿por qué?- le contesté.
En ese instante supe que algo grave pasaba; el Pastor no deja sola la barra de Los Muelles así como así. Se colocó a mi izquierda y sacó tabaco. Mientras yo rebuscaba en mi gabardina la caja de cerillas él me explicó el problema.
- ¿Recuerdas a un par de tipos que llevaste a la otra orilla e iban escoltados por la guardia de korps del jefe?
- Por supuesto;- le respondí,- para mí todos los clientes son iguales, pero es tan poco habitual que vengan bajo la tutela de alguien de dentro que es imposible no acordarse de ellos.
- Pues escucha esto.- dijo mientras le encendía el cigarro ,- Parece ser que esos tíos son los futuros yernos del alcalde; unos nobles venidos a menos que quieren acercarse al acogedor fuego del poder.
- ¿Qué tiene eso de especial?- le repliqué mirando en derredor por si había oídos indiscretos,- El alcalde no tiene ninguna autoridad aquí y lo sabes. Además, ni que fueran los primeros capullos de las altas esferas que pasan por aquí.
- Sí, pero estos son diferentes.- me dijo bajando la voz hasta quedar en un susurro,- el jefe les ha traído a la fuerza.
Lógicamente yo me quedé estupefacto. Hasta aquí hay una serie de leyes no escritas y el jefe se las estaba pasando por el forro de los cojones por algún siniestro motivo; seguramente un golpe de mano en el juego de poder.
- Tú mantén los ojos abiertos,- me dijo acelerando el paso en dirección a las luces de neón de Los Muelles,- se rumorea que el alcalde ha montado en cólera y ha mandado espías con intención de montar un cirio del carajo con antidisturbios, gases lacrimógenos y el copón.
- ¡Hum! Es posible, pero un asalto de ese tipo abriría una guerra larga y sangrienta.- contesté,- De todos modos ocúpate de lo tuyo; ya daré parte si llega sonido de sirenas desde el desierto.
- De acuerdo.
Y se fue apretando el paso. Todo era muy raro; el jefe si bien es cierto que solía juguetear con asuntos que no le competen, nunca se había atrevido a tanta audacia. Además con el rival de mayor peligrosisad potencial. El tema parecía demasiado político y de final incierto como para romperse demasiado la cabeza pensando; de todos modos poco podríamos hacer desde esta orilla el Pastor y yo, que somos los únicos fijos de la empresa a este lado del río; en el otro tienen potencia y personal más que suficientes para aguantar un asedio.
Apuré mi cigarillo y lo tiré al suelo pensando bah, si nos entran con tanquetas que nos aplasten rápido y punto, y me vine directo a la lancha silbando. Iba yo sacando la llave de contacto cuando oí unos ruidos extraños como si estuvieran revolviendo los departamentos de cubierta y una voz juvenil pero potente que maldecía y juraba en hebreo sin pudor alguno a ser descubierto. Me acerqué con curiosidad imaginando que sería alguno de esos tarados de los que te he hablado antes con pretensiones de navegar hasta la residencia robándome la barca; cosa por otra parte imposible, ya que soy el único de fuera que conoce la dirección entre la niebla.
De vez en cuando hay algún idiota que intenta pasar a nado sin saber que este río desemboca en una laguna de camino a la residencia y que el agua está helada. Nadie lo ha conseguido nunca. No tenía muchas ganas de aguantar a imbéciles y desde luego ningún supuesto espía del alcalde sería tan tonto como para montar ese jaleo dentro del único medio de transporte que llega hasta la residencia, así que me subí a la lancha y me aproximé con sigilo; el tipo estaba agachado trasteando con una lona que tengo bajo uno de los asientos del pasaje, precisamente el mismo donde estás ahora sentado, y mascullaba entre dientes. Tenía pensado darle un susto de muerte, pero aún a oscuras ví que tenía una espalda gigantesca y preferí ser ligéramente más sutil. raspé una cerilla para encenderme un filtro y elevó ligeramente la cabeza.
- ¿Qué cojones se supone que haces en mi barca, oh, idiota?,- le dije.
El menda se pegó un buen susto y casi se cae redondo sobre la lona pero después se quedó inmóvil, como si estuviera frito o mejor: pensando.
- Oye, ¿me vas a decir que coño haces tú aquí de una puta vez o no?
- Yo... yo sólo estaba buscando los remos.- me contesta el tío.
- ¿Remos? Pero si esto es una lancha motora, subnormal.- le solté yo cabreado al ver que, en efecto, existía alguien tan exageradamente cretino que me hiciera sorprenderme de ello.- Muy bien, como veo que no sabes lo que haces te dejaré que salgas de MI barca sin partirte la cara. ¡Ahora largo!
Entonces el tío se dio la vuelta de golpe aprovechando que ya estaba en el suelo para no perder el equilibrio y caer al agua. Lo primero que distinguí fue su cara; le reconocí al instante. Así es, al fin aparece nuestro esperado héroe de los huevos. Lo segundo que ví llegó parejo con sus siguientes palabras. En sus manos, como una estrella lejana, brillaba el destello metálico del cañón de una pistola.
-Vale, colega;, tira el cigarro y ponte al volante o como se llame con lo que se maneja esto. Vas a llevarme al otro lado.
6 comentarios
El Bardo -
Ugh
McBartu -
McBartu -
El Bardo -
javi30 -
un abrazo
Ghanima -