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Redemption

Los Muelles de Caronte

II.Cerberos- La doma del colmillo

No te engañes, la valentía no existe, y no mentiría si te digo que no es la primera vez
que alguien se me pone chulo en mi terreno, pero el tipo parecía realmente nervioso y capaz de apretar el gatillo. No le faltaban motivos, este sitio pone los pelos de punta a cualquiera aunque tenga los huevos de plomo. En lo de tirar el cigarro no le hice ni puto caso, gilipolleces las justas.
En casos similares en los que me encuentro con el abordaje de algún piratilla lo que suelo hacer es conservar la calma y esperar la oportunidad, generalmente cuando el lelo de turno se queda hipnotizado por la aceitosa negrura del agua, para revolverme y tirarle por la borda. Ya ves, ninguno de los que trabajamos aquí somos unas hermanitas de la caridad. Pero la experiencia es una buena consejera y en esta ocasión el pasajero, aun siendo claramente tonto del culo, parecía un profesional. Decidí seguirle la corriente y llevarle a donde me decía sin jugármela; ya se encargarían de él los perros de presa del jefe cuando llegáramos a nuestro destino. No te he hablado de ellos, pero les verás en un rato. Es la primera y principal barrera que tendrás que atravesar; si hubiera torres de vigilancia lo suficientemente altas como para abarcar todo el perímetro de la residencia no harían falta ni los muros exteriores teniéndoles a ellos de guardia. Esos tíos son la polla, en serio. Tres maromos siameses que el jefe acogió siendo unos tiernos cachorrillos y adiestró en las mejores escuelas del mundo. Puedes dirigirte a ellos con el término "portero", aunque más bien sean una jauría de sangrientos matarifes, te darás cuenta en cuanto les veas, son del tipo delgado y fibroso, con pelo por todas partes, mirada de hielo y piel oscura y plástica como si la hubieran curtido. Se rumorea que se alimentan de carne humana, pero ya sabes cómo son este tipo de leyendas, puras mentiras. Lo que si es cierto, y de ello soy testigo, es que han llegado a matar a uno de los entrantes inquilinos mordiéndole en el cuello. Te lo juro, lo vi con mis propios ojos. Era un traslado rutinario, pero el cliente se echó atrás; tarde. El pobre pringado gritaba como un cerdo mientras uno le pegaba el bocado en la traquea y los otros miraban tan panchos. Cuando la víctima se quedó sin aliento el muy bestia tomó impulso poniéndole las manos sobre el pecho y tiró hacia atrás desgarrándole la yugular y llevándose un trozo de cuello en la boca. Miró a sus hermanos, me miró, abrió la boca para sonreír dejando que un hilillo de sangre y saliva se le escurriera por el mentón y se tragó el pedazo de carne relamiéndose y haciendo gestos con la mano en la tripa, como si se hubiera quedado satisfecho con el aperitivo el muy sádico. Fue acojonante. Ya de paso que esto te sirva como advertencia para cuando lleguemos; sabrán que estás cagado de miedo, pero no les importará mientras no lo exteriorices demasiado y montes un numerito, ¿de acuerdo?

A lo que iba; lo único que pude hacer fue encogerme de hombros, arrancar el motor y tomar este mismo rumbo mientras él se acomodaba sentándose en cubierta, seguramente oliéndose que podría intentar lanzarlo al agua o incluso maniobrar para que zozobrase la barca. Sin embargo el hecho de que me las haya visto con todo tipo de personas me ha dotado de la curiosa habilidad de discernir quién es y quién no es potencialmente dañino, así que sólo me quedaba esperar y reírme entre dientes esperando que a mi secuestrador le cayeran las del pulpo nada más pisar la orilla opuesta. Pero no todo sale según lo previsto; el muy bastardo ya debía ir advertido de lo que se iba a encontrar porque estuvo todo el viaje en silencio encañonándome con su arma y elevando la cabeza como quien sube el periscopio, oteando el horizonte.
Nos íbamos acercando a la orilla y yo cada vez iba poniéndome más tenso; ese saco de esteroides estaba al tanto de todo, eso estaba claro; y si no daba el grito de alarma al alcanzar la orilla podría haber problemas. Pero el instinto de supervivencia es muy puñetero y me indicaba que lo mejor era tener el pico bien cerrado, mejor recibir una bronca del jefe por llevar a bordo a un anormal preso al intentar colarse en la residencia que recibir un balazo por voceras antes de alcanzar la orilla. A fin de cuentas la seguridad del recinto no es mí trabajo ni mí responsabilidad. Con estos y otros pensamientos acabamos llegando a destino. Nunca doy aviso de que llego con un cliente, simplemente los perros del jefe oyen el ruido del motor y salen de su garita para ayudarme a amarrar la lancha. Nunca se dignan en mirarme así que ni por medio de una mirada podía advertirles de que había algo que no iba bien.
Uno de ellos se aproximo a la lancha en espera de que le lanzase un cabo y los otros dos permanecían en la orilla hablando en voz baja sin prestar ninguna atención a las maniobras de atraque. Lancé el cabo esperando que el receptor no bajara la guardia presa de la rutina y no perdiera de vista la lancha; el musculitos mientras tanto gateaba hasta mí posición para colocarme el cañón de su pistola en la base de la espalda. Me giré instintivamente al notar la presión del acero sin percatarme de que un acto reflejo como ese podría provocar un disparo de mí captor. Pero no cabía duda de que el fulano era todo un experto y no iba a caer en el error de aniquilar en primer lugar al eslabón mas débil; sí tenía que salir a la luz, sería quitándose de en medio a uno de los platos fuertes.

Y... así fue. Aprovechando que al que le había tocado el turno de atar el cabo al muelle estaba en plena faena de rodillas, el hijo del alcalde tomo impulso poniéndose en píe y tomando una corta carrerilla salto por la borda hacía el muelle encasquetándole al portero una patada en la cabeza que le tumbo como a un saco de patatas. Yo lo veía todo desde el puente de mando en mí posición privilegiada, con una mano en el timón y otra ocupada con un cigarro. Te lo juro, el pobre cabrón ni lo vio venir. Los otros tampoco vieron el golpe, pero sí oyeron el ruido que hizo su hermano al caer inconsciente sobre las tablas del embarcadero. Su reacción fue instantánea, como buenas maquinas de matar, y se lanzaron en dirección al ruido sin mirar sí se enfrentaban con un pardillo que había tenido un golpe de suerte o con un lunático armado hasta los empastes y forrado en dinamita. Pero ya era tarde, muy tarde. Con la primera barrera franqueada, el puto héroe no tenía mas que emboscarse tras el casco del bote, apuntar y disparar a las piernas; como de hecho hizo. Le resulto muy fácil. Demasiado fácil; y las consecuencias las acabaríamos pagando todos; bueno, no... las acabé pagando yo. Los casquillos aún bailoteaban en los maderos del muelle cuando los dos porteros restantes claudicaban con una mano en alto y la otra en la herida de bala, de rodillas. No puedo negar que esa imagen me provoco una leve sonrisa, pero fue el único alivio, por llamarlo de algún modo, que tuve. Todo había salido mal. Solo cabía esperar que el imbécil fuera bloqueado en las barreras interiores, desconocidas para mí, y que el castigo por permitirle que llegara tan lejos fuera leve.
Me enciendo otro cilindro y continúo.

Nuestro puñetero héroe ya tenía dominada la situación.

- ¡Al suelo boca abajo! ¡Venga hijputas, no me hagáis perder el tiempo! -les grito apuntando con el arma a los dos heridos mientras arrastraba al tercero por el embarcadero cogiéndole de una pierna.- ¡Y no quiero oír ni una puta palabra! ¿Entendido?

Suficiente intimidaban ya los porteros aunque estuvieran pastando tierra como para dejar que se pusieran a amenazarle. Yo también lo hubiera hecho.

- Y tú, el encapuchado;- digo haciéndome un gesto de atención con la cabeza, baja de ahí con una cuerda, ayúdame a despertar a este capullo y átalos bien fuerte.
- La única cuerda que hay es la de amarre, me temo,- le contesté esperando que colara.
- ¡Chorradas! He visto al menos dos cuerdas más bajo la lona, así que ya las estás trayendo. Y como me vuelvas a hacer perder el tiempo te vuelo la cara, ¿está claro?

No tuve más narices que hacer lo que me pidió. Bajé del barco, desperté del coma al que se había comido la patada en la cabeza y até juntos a los tres seguratas con una cuerda y de las muñecas con otra; sé de nudos marineros, así que ni Houdini se hubiera librado de algo así. Ya te puedes imaginar las miradas asesinas que me dirigieron los tres. Ahí sí que me cagué en los pantalones. Sólo cabía esperar que el jefe me castigase antes que esos cafres tuvieran tiempo a tomarse la justicia por su mano; y rezar en cualquier caso para que el castigo no fuera ejecutado por ellos.

- Date la vuelta.- me dijo el tipo ya con la situación totalmente bajo control.

Me di la vuelta... y ya está.
Supongo que me noqueó con la culata de la pistola. Lo único que sé es que me desperté tirado sobre los guijarros de la orilla con un inmenso dolor de cabeza. Pero no estaba sólo; al levantar la cabeza me encontré con la Perra de las Tinieblas. La llamamos así porque... bueno, porque es una perra tenebrosa. Así de claro; una asesina despiadada, aunque apenas ejerce. Estaba sentada en el muelle, con las piernas colgando, la falda subida hasta las rodillas y chapoteando alegremente en el agua. Suena muy bucólico e inocente, pero esa miserable zorra sabe cómo jugar sus cartas. Siempre va de negro, con un rictus glacial, un toque juvenil y esa mirada oriental que te recorre de arriba abajo como estudiándote tras el velo de su espesa cabellera negra. Luego esboza una leve sonrisa triunfal, algo así como "ya sé tu punto débil, muñeco; eres mío". Y lo eres, vaya que sí lo eres. Es terriblemente seductora; tiene permiso para rondar por Los Muelles y usar como consoladores vivientes a aquellos que se le antojan, aunque conmigo sólo se limita a aguantar las nauseas. Forma parte de la plana mayor de la residencia, así que no tiene porqué cortarse un pelo a la hora de proclamar su asco a los cuatro vientos. Aunque para qué nos vamos a engañar; el sentimiento es mutuo. No quiero decir que no me guste; la verdad es que está buenísima, pero desconfío de ella. Demasiado sugerente, demasiado poderosa. Y al igual que el resto de favoritos del jefe, sin escrúpulos y letal.

- ¿Problemas de polizones, querido?- me preguntó con su suave acento asiático,- ¿O quizás había ratas a bordo que no has podido manejar?
- Me temo señorita, que ha sido un poco de todo.- le contesté yo con tranquilidad; es una mandamás, así que aunque me caiga como el culo hay que guardar las formas. Y había un alto porcentaje de posibilidades de que la hubieran enviado para matarme.
- Mi entrañable amigo Oscuro,- así me suelen llamar en Los Muelles, entre otras apodos,- Dado que has estado durmiendo plácidamente te informaré de la situación.
- ¿El tipo ese ha...?
- No sólo "ha". - contestó levantándose y sacudiendo con firmeza sus largas y morenas piernas lanzando gotas de agua al río.- El intrigante pasajero que tú has dejado llegar hasta aquí y tomar como rehenes a los guardias ha llegado hasta las mismas habitaciones del jefe.
- ¡Pero eso es imposible!- porque aún hoy me sigue resultando imposible que llegara tan lejos.
- ¡Oh! Te aseguro que le ha resultado no sólo posible, sino además muy sencillo. Hasta ha disparado al jefe en un hombro.

Ahí sí que ya empecé a pensar en hacer testamento; nadie culparía a los cachorros del jefe sino al pringado de la barca.

- El jefe ha tenido que claudicar. - siguió explicando ella,- A cambio de su vida ha dejado libre a los futuros yernos del alcalde y ha facilitado la salida en helicóptero de la residencia al bastardo con los guardias como rehenes. Una pena que se haya ido tan pronto,- comentó llevándose una mano al mentón en actitud pensativa,- me hubiera gustado conocerle más en la intimidad.
- ¿El jefe está bien?-, le pregunté para quedar bien; en realidad el pellejo del jefe me importaba un cojón de mico teniendo en cuenta lo que me esperaba. Ha sido sólo un rasguño, pero agradezco en su nombre tu preocupación. En fin, me han enviado a que te informe de eso.
- ¿Nada más?,- había algo que fallaba y no me podía creer que fuera a escapar de rositas.
- ¡Ah, casi se me olvida!- dijo acercándose a mí y poniéndose de cuclillas; eso sí, sin mover un dedo para ayudarme a levantar del suelo,- Por esta vez vas a salvar ese putrefacto pellejo que escondes bajo esos harapos, pero te quedas confinado en Los Muelles durante un año a contar desde hoy. Suspendido de empleo y sueldo, por supuesto. Cerramos el chiringuito durante este año para reformar el recinto; no podemos permitirnos que esto vuelva a suceder, ¿verdad?

O sea: un año de cárcel. Pero no me quejé, me parece un castigo muy ligero para lo que cabría esperar. Y no sería por falta de opciones; me podrían haber aniquilado los tres perros de presa del jefe, los dos tipos que te trajeron, la misma perra tenebrosa u otro grupito de féminas del que aún no te he hablado y que se encarga de dar lecciones inolvidables a los enemigos del jefe.

Sí, un año sabático confinado en Los Muelles. Unas largas vacaciones a cuenta de la casa que se presumían sin sobresaltos. La presunción es el error de los metepatas. Y yo la metí hasta la rodilla el día que me estaba tomando una copa en la barra de Los Muelles y apareció ella.

Ella...

I. Heracles - Echando un pulso al trueno

¡Menudo héroe de la patata! ¿Sabes que casi me quedo en el paro por su culpa? Héroe... ¡bah! ¡Qué coño sabrá la prensa lo que es un héroe! Por la cara que pones veo que sabes a quién me refiero. Ese mamón musculoso, el niño bonito del alcalde y ciudadano modélico que salió en la portada del Sports Ilustrated pasó por aquí y armó un Belén curioso, ¿no lo sabías? Seguramente sí. Aunque el asunto haya sido vetado en los medios es un secreto a voces, como casi todas las cosas que tienen que ver con este lugar, con el jefe, y con su familia, que a fin de cuentas es la que controla el cotarro en esta maldita ciudad desde sus inmensos despachos en los rascacielos de la zona rica. Reconozco que de todas sus hazañas colarse en la fortaleza que es la residencia es la mayor de todas; aunque como el resto de sus supuestas proezas no tiene nada de heróico, o sea, de altruista.

Como te comentaba antes el jefazo es tremendamente poderoso, lo cual no quiere decir que sea el único pez en esta pecera ni quizá el más gordo; pero si estuviéramos en Sicilia en los años 30 él sería sin duda el Padrino. Y como todo buen jefe mafioso tiene excelentes contactos y una cuenta en Suiza que se nutre de asuntos poco legales. No quiero ponerme a hablar demasiado del gran jefe por el momento, para que no pierdas el hilo; pero es preciso que sepas cómo se las gasta su familia.
Él es el tercero de varios hermanos, todos hijos de un anciano y poderoso magnate. El viejo cerdo se aferraba al poder como un ave de presa al cuello de una liebre, y aunque se encontrase tan bien de salud que parecía que por él nunca pasara el tiempo no tenía ni la más mínima intención de que mi jefe y sus hermanos llegasen a heredar algún día. Tenía tanto miedo a perder todo su imperio que, en fin... digamos que pensó que podía haber algo mejor que ser enterrado con todo su dinero: Enterrarlos a ellos en una tumba bajo una lápida sin nombre. Mano dura, como un buen patriarca a la antigua. E hizo bien porque de tal palo tal astilla, ya sabes como es eso; los hijos salieron tan sedientos de poder y tan cabrones como el padre. Así que en cuanto vió que los tiernos querubines podrían ser un peligro para su reinado los engulló en su imperio financiero, cada uno a un sector y un trabajo que no les permitieran alcanzar el estatus ni el poder suficiente para derrocarle. Y estuvo a punto de salirle bien la jugada si su mujer no le hubiera traicionado, si es que se puede llamar traición velar por el bien de tus hijos, claro. El más joven de ellos es el que más alto apuntaba de todos y se le había destinado a un curro de mierda, de estos de andamio y maquinaria pesada en el que se te puede caer una grúa en la chepa. Sin embargo el viejo no tuvo esa suerte ya que su señora mandó en secreto al benjamín al extranjero aprovechando un despistado exceso de confianza de su marido, y a estudiar derecho nada menos. Puedes imaginarte cómo acabó el resto; el pequeño cerdo volvió licenciado y con corbata, sacó a sus hermanos de los grises puestos que ocupaban en la telaraña empresarial de su padre y se unieron para declararle inútil. ¡Y vaya si lo consiguieron!Le cortaron los huevos bien cortados al muy puto. Aunque para quedar bien con la opinión pública en vez de lanzarlo al arroyo le pusieron al cargo del gobierno de unas islas privadas en el trópico o por ahí, algo parecido a esta residencia pero en plan lujoso, con tías macizas y Cordon Bleau gran reserva; de uso y abuso exclusivo de la familia y sus más voraces defensores y lameculos. Ni que decir tiene que un lugar tan sospechosamente opulento se rige bajo la supervisión de mi jefe. ¿Puedes creer que el cabrón de viejo sigue vivo? Pues lo creas o no así es. En cuanto a los hijos, se repartieron el botín con menos complicaciones de las que se podría pensar. El flamante abogado se quedó como máximo accionista; y además tú le conoces, es nuestro omnipotente alcalde. No te preocupes, en la residencia no tendrás que sufrirle. Los otros dos más beneficiados fueron el mayor de todos los hermanos, que se quedó con el sector naviero y mi jefe, que se quedó con lo mejor y más divertido de todo: los bajos fondos.
Un momento. A ver si puedo encenderme el cigarro, que con la humedad que flota siempre sobre este dichoso río hasta las cerillas de fósforo de toda la vida se quedan inservibles.

Bien. ¿Qué coño tiene que ver la familia del jefe con el héroe aparte de ser parientes aun por línea ilegítima, no? Fácil. Al ser una familia tan numerosa que nadie sabe cuántos son entre hermanos, primos, nueras y demás hay muchos cotilleos de portería, muchas envidias y rencores. Y sobre todo muchísima mala leche. En serio, tío; no paran de putearse constantemente. Si yo te contara las bragas, y hasta calzoncillos, que ha roto el propio alcalde en plena cara de su mujer alucinarías. No, esos calzoncillos no pertenecen al puñetero héroe; también hay incesto en cantidades industriales en la historia de esta familia, pero no me imagino las barbas blancas del alcalde restregándose por los cuadriceps de su propio hijo, aunque este sea bastardo. Lo gracioso de las putadas que se hacen es que a veces surgen como simples apuestas en plan “la mía es más larga”, como es el caso que nos ocupa. Aunque la mayoría de ellas encierran la intención oculta de poner en su sitio al rival para que no tenga pretensiones de romper el equilibrio de poder.
El hijo predilecto del alcalde y por extensión de toda la ciudad no podía romper ese equilibrio siendo como era el cachondeo de la familia, porque cumple de pleno el cliché de los cachas hipertrofiados. En efecto, amigo; es tonto hasta decir basta. Y es por esa estupidez crónica por la cual no había manera de que encajase como alto cargo dentro del sistema ni por enchufe, de modo que el alcalde se mosqueó ante tanto cachondeo, sobre todo con mi jefe, que aunque jamás se le vea sonreír te garantizo que por dentro no para de partirse el culo de todo lo divino y lo humano. Ya has oído al alcalde en la tele cuando se enfada, suena como si se abrieran los cielos y rugiera un siroco apocalíptico. No viene mal dar una pequeña lección de vez en cuando; y por si las dos lecciones en una del alcalde son electrizantes, tres pueden dejarte hecho mierda; verás...

Era un día frío y sin viento, como todos los días por estos lares ¿O era de noche? Es igual. Desde el mismo punto en que cruzas la barrera de seguridad y coges el desvío a Los Muelles desaparece la luz del sol entre la bruma; es como si le diera a este lugar un matiz premonitorio, ¿no crees? El caso es que paseaba yo por la orilla del río, echándome un pitillo antes de comenzar la dura jornada laboral, pensando en cuántos clientes estarían esperando su turno, si habría alguna tía maciza o si de camino al trabajo me toparía, como suele ocurrir a menudo, con alguno de esos indolentes soplapollas que se quedan de pie mirando el río como una vaca al paso del tren o vagando por los eriales de la entrada. Te conté que había gente que no podía pagar el viaje, ¿no? Pues aunque sea relativamente barato hay quienes no tienen la pasta; también están los que sí pueden y su paso es vetado por los que mandan, o no se atreven a dar el paso, o lo que sea; hay gente para todo. Ellos son en general los que echan raíces entre los guijarros de la orilla. Su problema es que Los Muelles ya es territorio comanche, alto secreto, nene; y no podemos permitir que quien llega hasta aquí salga tan tranquilo, demasiados se han escapado ya como para hacer que el gran jefe se mosquee, y filtre al mundo exterior lo que se cuece en esta olla así que no tienen más huevos que quedarse. El jefe es paradójicamente caritativo al respecto y les permite la estancia en las lonjas anexas a Los Muelles. No es que intente hacerse el buen samaritano; pero le divierte tener a una masa ingente de personas apiñadas en la orilla lloriqueando. ¡No te escandalices! Te dije que era un maldito cabrón.
Sin embargo ese día, en mi paseíto de rutina, no me encontré con ninguno de esos ceporros sino con el Pastor; es el barman de Los Muelles y le llamamos así porque se encarga de mantener en reclusión al “rebaño” del jefe. No le busques un sentido religioso. Hasta yo mismo formo parte del ganado, aunque con mis privilegios, faltaría más.

- ¡Eh, viejo!- me dijó,- ¿Has visto algún cliente sospechoso?
- Pues la verdad es que no he visto a nadie, ¿por qué?- le contesté.

En ese instante supe que algo grave pasaba; el Pastor no deja sola la barra de Los Muelles así como así. Se colocó a mi izquierda y sacó tabaco. Mientras yo rebuscaba en mi gabardina la caja de cerillas él me explicó el problema.

- ¿Recuerdas a un par de tipos que llevaste a la otra orilla e iban escoltados por la guardia de korps del jefe?
- Por supuesto;- le respondí,- para mí todos los clientes son iguales, pero es tan poco habitual que vengan bajo la tutela de alguien de dentro que es imposible no acordarse de ellos.
- Pues escucha esto.- dijo mientras le encendía el cigarro ,- Parece ser que esos tíos son los futuros yernos del alcalde; unos nobles venidos a menos que quieren acercarse al acogedor fuego del poder.
- ¿Qué tiene eso de especial?- le repliqué mirando en derredor por si había oídos indiscretos,- El alcalde no tiene ninguna autoridad aquí y lo sabes. Además, ni que fueran los primeros capullos de las altas esferas que pasan por aquí.
- Sí, pero estos son diferentes.- me dijo bajando la voz hasta quedar en un susurro,- el jefe les ha traído a la fuerza.

Lógicamente yo me quedé estupefacto. Hasta aquí hay una serie de leyes no escritas y el jefe se las estaba pasando por el forro de los cojones por algún siniestro motivo; seguramente un golpe de mano en el juego de poder.

- Tú mantén los ojos abiertos,- me dijo acelerando el paso en dirección a las luces de neón de Los Muelles,- se rumorea que el alcalde ha montado en cólera y ha mandado espías con intención de montar un cirio del carajo con antidisturbios, gases lacrimógenos y el copón.
- ¡Hum! Es posible, pero un asalto de ese tipo abriría una guerra larga y sangrienta.- contesté,- De todos modos ocúpate de lo tuyo; ya daré parte si llega sonido de sirenas desde el desierto.
- De acuerdo.

Y se fue apretando el paso. Todo era muy raro; el jefe si bien es cierto que solía juguetear con asuntos que no le competen, nunca se había atrevido a tanta audacia. Además con el rival de mayor peligrosisad potencial. El tema parecía demasiado político y de final incierto como para romperse demasiado la cabeza pensando; de todos modos poco podríamos hacer desde esta orilla el Pastor y yo, que somos los únicos fijos de la empresa a este lado del río; en el otro tienen potencia y personal más que suficientes para aguantar un asedio.
Apuré mi cigarillo y lo tiré al suelo pensando “bah, si nos entran con tanquetas que nos aplasten rápido y punto”, y me vine directo a la lancha silbando. Iba yo sacando la llave de contacto cuando oí unos ruidos extraños como si estuvieran revolviendo los departamentos de cubierta y una voz juvenil pero potente que maldecía y juraba en hebreo sin pudor alguno a ser descubierto. Me acerqué con curiosidad imaginando que sería alguno de esos tarados de los que te he hablado antes con pretensiones de navegar hasta la residencia robándome la barca; cosa por otra parte imposible, ya que soy el único de fuera que conoce la dirección entre la niebla.
De vez en cuando hay algún idiota que intenta pasar a nado sin saber que este río desemboca en una laguna de camino a la residencia y que el agua está helada. Nadie lo ha conseguido nunca. No tenía muchas ganas de aguantar a imbéciles y desde luego ningún supuesto espía del alcalde sería tan tonto como para montar ese jaleo dentro del único medio de transporte que llega hasta la residencia, así que me subí a la lancha y me aproximé con sigilo; el tipo estaba agachado trasteando con una lona que tengo bajo uno de los asientos del pasaje, precisamente el mismo donde estás ahora sentado, y mascullaba entre dientes. Tenía pensado darle un susto de muerte, pero aún a oscuras ví que tenía una espalda gigantesca y preferí ser ligéramente más sutil. raspé una cerilla para encenderme un filtro y elevó ligeramente la cabeza.

- ¿Qué cojones se supone que haces en mi barca, oh, idiota?,- le dije.

El menda se pegó un buen susto y casi se cae redondo sobre la lona pero después se quedó inmóvil, como si estuviera frito o mejor: pensando.

- Oye, ¿me vas a decir que coño haces tú aquí de una puta vez o no?
- Yo... yo sólo estaba buscando los remos.- me contesta el tío.
- ¿Remos? Pero si esto es una lancha motora, subnormal.- le solté yo cabreado al ver que, en efecto, existía alguien tan exageradamente cretino que me hiciera sorprenderme de ello.- Muy bien, como veo que no sabes lo que haces te dejaré que salgas de MI barca sin partirte la cara. ¡Ahora largo!

Entonces el tío se dio la vuelta de golpe aprovechando que ya estaba en el suelo para no perder el equilibrio y caer al agua. Lo primero que distinguí fue su cara; le reconocí al instante. Así es, al fin aparece nuestro esperado héroe de los huevos. Lo segundo que ví llegó parejo con sus siguientes palabras. En sus manos, como una estrella lejana, brillaba el destello metálico del cañón de una pistola.

-Vale, colega;, tira el cigarro y ponte al volante o como se llame con lo que se maneja esto. Vas a llevarme al otro lado.

I. Heracles - Echando un pulso al trueno

¡Menudo héroe de la patata! ¿Sabes que casi me quedo en el paro por su culpa? Héroe... ¡bah! ¡Qué coño sabrá la prensa lo que es un héroe! Por la cara que pones veo que sabes a quién me refiero. Ese mamón musculoso, el niño bonito del alcalde y ciudadano modélico que salió en la portada del Sports Ilustrated pasó por aquí y armó un Belén curioso, ¿no lo sabías? Seguramente sí. Aunque el asunto haya sido vetado en los medios es un secreto a voces, como casi todas las cosas que tienen que ver con este lugar, con el jefe, y con su familia, que a fin de cuentas es la que controla el cotarro en esta maldita ciudad desde sus inmensos despachos en los rascacielos de la zona rica. Reconozco que de todas sus hazañas colarse en la fortaleza que es la residencia es la mayor de todas; aunque como el resto de sus supuestas proezas no tiene nada de heróico, o sea, de altruista.

Como te comentaba antes el jefazo es tremendamente poderoso, lo cual no quiere decir que sea el único pez en esta pecera ni quizá el más gordo; pero si estuviéramos en Sicilia en los años 30 él sería sin duda el Padrino. Y como todo buen jefe mafioso tiene excelentes contactos y una cuenta en Suiza que se nutre de asuntos poco legales. No quiero ponerme a hablar demasiado del gran jefe por el momento, para que no pierdas el hilo; pero es preciso que sepas cómo se las gasta su familia.
Él es el tercero de varios hermanos, todos hijos de un anciano y poderoso magnate. El viejo cerdo se aferraba al poder como un ave de presa al cuello de una liebre, y aunque se encontrase tan bien de salud que parecía que por él nunca pasara el tiempo no tenía ni la más mínima intención de que mi jefe y sus hermanos llegasen a heredar algún día. Tenía tanto miedo a perder todo su imperio que, en fin... digamos que pensó que podía haber algo mejor que ser enterrado con todo su dinero: Enterrarlos a ellos en una tumba bajo una lápida sin nombre. Mano dura, como un buen patriarca a la antigua. E hizo bien porque de tal palo tal astilla, ya sabes como es eso; los hijos salieron tan sedientos de poder y tan cabrones como el padre. Así que en cuanto vió que los tiernos querubines podrían ser un peligro para su reinado los engulló en su imperio financiero, cada uno a un sector y un trabajo que no les permitieran alcanzar el estatus ni el poder suficiente para derrocarle. Y estuvo a punto de salirle bien la jugada si su mujer no le hubiera traicionado, si es que se puede llamar traición velar por el bien de tus hijos, claro. El más joven de ellos es el que más alto apuntaba de todos y se le había destinado a un curro de mierda, de estos de andamio y maquinaria pesada en el que se te puede caer una grúa en la chepa. Sin embargo el viejo no tuvo esa suerte ya que su señora mandó en secreto al benjamín al extranjero aprovechando un despistado exceso de confianza de su marido, y a estudiar derecho nada menos. Puedes imaginarte cómo acabó el resto; el pequeño cerdo volvió licenciado y con corbata, sacó a sus hermanos de los grises puestos que ocupaban en la telaraña empresarial de su padre y se unieron para declararle inútil. ¡Y vaya si lo consiguieron!Le cortaron los huevos bien cortados al muy puto. Aunque para quedar bien con la opinión pública en vez de lanzarlo al arroyo le pusieron al cargo del gobierno de unas islas privadas en el trópico o por ahí, algo parecido a esta residencia pero en plan lujoso, con tías macizas y Cordon Bleau gran reserva; de uso y abuso exclusivo de la familia y sus más voraces defensores y lameculos. Ni que decir tiene que un lugar tan sospechosamente opulento se rige bajo la supervisión de mi jefe. ¿Puedes creer que el cabrón de viejo sigue vivo? Pues lo creas o no así es. En cuanto a los hijos, se repartieron el botín con menos complicaciones de las que se podría pensar. El flamante abogado se quedó como máximo accionista; y además tú le conoces, es nuestro omnipotente alcalde. No te preocupes, en la residencia no tendrás que sufrirle. Los otros dos más beneficiados fueron el mayor de todos los hermanos, que se quedó con el sector naviero y mi jefe, que se quedó con lo mejor y más divertido de todo: los bajos fondos.
Un momento. A ver si puedo encenderme el cigarro, que con la humedad que flota siempre sobre este dichoso río hasta las cerillas de fósforo de toda la vida se quedan inservibles.

Bien. ¿Qué coño tiene que ver la familia del jefe con el héroe aparte de ser parientes aun por línea ilegítima, no? Fácil. Al ser una familia tan numerosa que nadie sabe cuántos son entre hermanos, primos, nueras y demás hay muchos cotilleos de portería, muchas envidias y rencores. Y sobre todo muchísima mala leche. En serio, tío; no paran de putearse constantemente. Si yo te contara las bragas, y hasta calzoncillos, que ha roto el propio alcalde en plena cara de su mujer alucinarías. No, esos calzoncillos no pertenecen al puñetero héroe; también hay incesto en cantidades industriales en la historia de esta familia, pero no me imagino las barbas blancas del alcalde restregándose por los cuadriceps de su propio hijo, aunque este sea bastardo. Lo gracioso de las putadas que se hacen es que a veces surgen como simples apuestas en plan “la mía es más larga”, como es el caso que nos ocupa. Aunque la mayoría de ellas encierran la intención oculta de poner en su sitio al rival para que no tenga pretensiones de romper el equilibrio de poder.
El hijo predilecto del alcalde y por extensión de toda la ciudad no podía romper ese equilibrio siendo como era el cachondeo de la familia, porque cumple de pleno el cliché de los cachas hipertrofiados. En efecto, amigo; es tonto hasta decir basta. Y es por esa estupidez crónica por la cual no había manera de que encajase como alto cargo dentro del sistema ni por enchufe, de modo que el alcalde se mosqueó ante tanto cachondeo, sobre todo con mi jefe, que aunque jamás se le vea sonreír te garantizo que por dentro no para de partirse el culo de todo lo divino y lo humano. Ya has oído al alcalde en la tele cuando se enfada, suena como si se abrieran los cielos y rugiera un siroco apocalíptico. No viene mal dar una pequeña lección de vez en cuando; y por si las dos lecciones en una del alcalde son electrizantes, tres pueden dejarte hecho mierda; verás...

Era un día frío y sin viento, como todos los días por estos lares ¿O era de noche? Es igual. Desde el mismo punto en que cruzas la barrera de seguridad y coges el desvío a Los Muelles desaparece la luz del sol entre la bruma; es como si le diera a este lugar un matiz premonitorio, ¿no crees? El caso es que paseaba yo por la orilla del río, echándome un pitillo antes de comenzar la dura jornada laboral, pensando en cuántos clientes estarían esperando su turno, si habría alguna tía maciza o si de camino al trabajo me toparía, como suele ocurrir a menudo, con alguno de esos indolentes soplapollas que se quedan de pie mirando el río como una vaca al paso del tren o vagando por los eriales de la entrada. Te conté que había gente que no podía pagar el viaje, ¿no? Pues aunque sea relativamente barato hay quienes no tienen la pasta; también están los que sí pueden y su paso es vetado por los que mandan, o no se atreven a dar el paso, o lo que sea; hay gente para todo. Ellos son en general los que echan raíces entre los guijarros de la orilla. Su problema es que Los Muelles ya es territorio comanche, alto secreto, nene; y no podemos permitir que quien llega hasta aquí salga tan tranquilo, demasiados se han escapado ya como para hacer que el gran jefe se mosquee, y filtre al mundo exterior lo que se cuece en esta olla así que no tienen más huevos que quedarse. El jefe es paradójicamente caritativo al respecto y les permite la estancia en las lonjas anexas a Los Muelles. No es que intente hacerse el buen samaritano; pero le divierte tener a una masa ingente de personas apiñadas en la orilla lloriqueando. ¡No te escandalices! Te dije que era un maldito cabrón.
Sin embargo ese día, en mi paseíto de rutina, no me encontré con ninguno de esos ceporros sino con el Pastor; es el barman de Los Muelles y le llamamos así porque se encarga de mantener en reclusión al “rebaño” del jefe. No le busques un sentido religioso. Hasta yo mismo formo parte del ganado, aunque con mis privilegios, faltaría más.

- ¡Eh, viejo!- me dijó,- ¿Has visto algún cliente sospechoso?
- Pues la verdad es que no he visto a nadie, ¿por qué?- le contesté.

En ese instante supe que algo grave pasaba; el Pastor no deja sola la barra de Los Muelles así como así. Se colocó a mi izquierda y sacó tabaco. Mientras yo rebuscaba en mi gabardina la caja de cerillas él me explicó el problema.

- ¿Recuerdas a un par de tipos que llevaste a la otra orilla e iban escoltados por la guardia de korps del jefe?
- Por supuesto;- le respondí,- para mí todos los clientes son iguales, pero es tan poco habitual que vengan bajo la tutela de alguien de dentro que es imposible no acordarse de ellos.
- Pues escucha esto.- dijo mientras le encendía el cigarro ,- Parece ser que esos tíos son los futuros yernos del alcalde; unos nobles venidos a menos que quieren acercarse al acogedor fuego del poder.
- ¿Qué tiene eso de especial?- le repliqué mirando en derredor por si había oídos indiscretos,- El alcalde no tiene ninguna autoridad aquí y lo sabes. Además, ni que fueran los primeros capullos de las altas esferas que pasan por aquí.
- Sí, pero estos son diferentes.- me dijo bajando la voz hasta quedar en un susurro,- el jefe les ha traído a la fuerza.

Lógicamente yo me quedé estupefacto. Hasta aquí hay una serie de leyes no escritas y el jefe se las estaba pasando por el forro de los cojones por algún siniestro motivo; seguramente un golpe de mano en el juego de poder.

- Tú mantén los ojos abiertos,- me dijo acelerando el paso en dirección a las luces de neón de Los Muelles,- se rumorea que el alcalde ha montado en cólera y ha mandado espías con intención de montar un cirio del carajo con antidisturbios, gases lacrimógenos y el copón.
- ¡Hum! Es posible, pero un asalto de ese tipo abriría una guerra larga y sangrienta.- contesté,- De todos modos ocúpate de lo tuyo; ya daré parte si llega sonido de sirenas desde el desierto.
- De acuerdo.

Y se fue apretando el paso. Todo era muy raro; el jefe si bien es cierto que solía juguetear con asuntos que no le competen, nunca se había atrevido a tanta audacia. Además con el rival de mayor peligrosisad potencial. El tema parecía demasiado político y de final incierto como para romperse demasiado la cabeza pensando; de todos modos poco podríamos hacer desde esta orilla el Pastor y yo, que somos los únicos fijos de la empresa a este lado del río; en el otro tienen potencia y personal más que suficientes para aguantar un asedio.
Apuré mi cigarillo y lo tiré al suelo pensando “bah, si nos entran con tanquetas que nos aplasten rápido y punto”, y me vine directo a la lancha silbando. Iba yo sacando la llave de contacto cuando oí unos ruidos extraños como si estuvieran revolviendo los departamentos de cubierta y una voz juvenil pero potente que maldecía y juraba en hebreo sin pudor alguno a ser descubierto. Me acerqué con curiosidad imaginando que sería alguno de esos tarados de los que te he hablado antes con pretensiones de navegar hasta la residencia robándome la barca; cosa por otra parte imposible, ya que soy el único de fuera que conoce la dirección entre la niebla.
De vez en cuando hay algún idiota que intenta pasar a nado sin saber que este río desemboca en una laguna de camino a la residencia y que el agua está helada. Nadie lo ha conseguido nunca. No tenía muchas ganas de aguantar a imbéciles y desde luego ningún supuesto espía del alcalde sería tan tonto como para montar ese jaleo dentro del único medio de transporte que llega hasta la residencia, así que me subí a la lancha y me aproximé con sigilo; el tipo estaba agachado trasteando con una lona que tengo bajo uno de los asientos del pasaje, precisamente el mismo donde estás ahora sentado, y mascullaba entre dientes. Tenía pensado darle un susto de muerte, pero aún a oscuras ví que tenía una espalda gigantesca y preferí ser ligéramente más sutil. raspé una cerilla para encenderme un filtro y elevó ligeramente la cabeza.

- ¿Qué cojones se supone que haces en mi barca, oh, idiota?,- le dije.

El menda se pegó un buen susto y casi se cae redondo sobre la lona pero después se quedó inmóvil, como si estuviera frito o mejor: pensando.

- Oye, ¿me vas a decir que coño haces tú aquí de una puta vez o no?
- Yo... yo sólo estaba buscando los remos.- me contesta el tío.
- ¿Remos? Pero si esto es una lancha motora, subnormal.- le solté yo cabreado al ver que, en efecto, existía alguien tan exageradamente cretino que me hiciera sorprenderme de ello.- Muy bien, como veo que no sabes lo que haces te dejaré que salgas de MI barca sin partirte la cara. ¡Ahora largo!

Entonces el tío se dio la vuelta de golpe aprovechando que ya estaba en el suelo para no perder el equilibrio y caer al agua. Lo primero que distinguí fue su cara; le reconocí al instante. Así es, al fin aparece nuestro esperado héroe de los huevos. Lo segundo que ví llegó parejo con sus siguientes palabras. En sus manos, como una estrella lejana, brillaba el destello metálico del cañón de una pistola.

-Vale, colega;, tira el cigarro y ponte al volante o como se llame con lo que se maneja esto. Vas a llevarme al otro lado.